20101229

De la autoridad (F. Engels)

NOTA DE LOS EDITORES: A casi 140 años de la primer edición de este breve texto de F. Engels - post comuna (de Paris) -, la interpelación a los pensadores, divulgadores y fieles del anti autoritarismo (¿revolucionario?) sigue siendo tan, sino aún más, necesaria para el debate y clarificación de aquellas minorías animadas por el horizonte de la destrucción y superación de la sociedad de clases. Hemos destacado aquellos fragmentos que nos parecen de una fuerza invariantemente revolucionarias. Y allí donde se identifica la revolución como algo autoritario y como la imposición de una voluntad sobre la otra, no creemos que Engels quede preso de una concepción idealista que comprende el fin del capitalismo como una simple confrontación entre titanes, donde una voluntad aplasta a la otra en un duelo épico de magnitudes históricas y místicas. No creemos que opere con una imagen tan ramplona. Lo que parece más evidente, es que Engels elabora las lecciones que la derrota de la comuna de 1871 demanda sean apropiadas por el movimiento revolucionario internacional, lecciones forjadas a traiciones y engaños, sangre y balas, ilusiones y vidas destruidas: ante moralidades, ideologías, subjetivismos, objetivismos o derrumbismos, la pujante realidad de la opresión cotidiana y los fusilamientos militares suspende y despacha a prioris morales.


Algunos socialistas han emprendido últimamente una verdadera cruzada contra lo que ellos llaman principio de autoridad. Basta con que se les diga que este o el otro acto es autoritario para que lo condenen. Hasta tal punto se abusa de este método sumario de proceder, que no hay más remedio que examinar la cosa un poco más de cerca. Autoridad, en el sentido de que se trata, quiere decir: imposición de la voluntad de otro a la nuestra; autoridad supone, por otra parte, subordinación. Ahora bien; por muy mal que suenen estas dos palabras y por muy desagradable que sea para la parte subordinada la relación que representan, la cuestión está en saber si hay medio de prescindir de ella, si -dadas las condiciones actuales de la sociedad- podemos crear otro régimen social en el que esta autoridad no tenga ya objeto y en el que, por consiguiente, deba desaparecer. Examinando las condiciones económicas, industriales y agrícolas, que constituyen la base de la actual sociedad burguesa, nos encontramos con que tienden a reemplazar cada vez más la acción aislada por la acción combinada de los individuos. La industria moderna, con grandes fábricas y talleres, en los que centenares de obreros vigilan la marcha de máquinas complicadas movidas a vapor, ha venido a ocupar el puesto del pequeño taller del productor aislado: los coches y los carros para grandes distancias han sido sustituidos por el ferrocarril, como las pequeñas goletas y falúas lo han sido por los barcos a vapor. La misma agricultura va cayendo poco a poco bajo el dominio de la máquina y del vapor, los cuales remplazan, lenta pero inexorablemente, a los pequeños propietarios por grandes capitalistas, que cultivan, con ayuda de obreros asalariados, grandes extensiones de tierra. La acción coordinada, la complicación de los procedimientos, supeditados los unos a los otros, desplaza en todas partes a la acción independiente de los individuos. Y quien dice acción coordinada dice organización. Ahora bien, ¿cabe organización sin autoridad?

Supongamos que una revolución social hubiera derrocado a los capitalistas, cuya autoridad dirige hoy la producción y la circulación de la riqueza. Supongamos, para colocarnos por entero en el punto de vista de los antiautoritarios, que la tierra y los instrumentos de trabajo se hubieran convertido en propiedad colectiva de los obreros que los emplean. ¿Habría desaparecido la autoridad, o no habría hecho más que cambiar de forma? Veamos.

Tomemos, a modo de ejemplo, una fábrica de hilados de algodón. El algodón, antes de convertirse en hilo, tiene que pasar, por lo menos, por seis operaciones sucesivas; operaciones que se ejecutan, en su mayor parte, en diferentes naves. Además, para mantener las máquinas en movimiento, se necesita un ingeniero que vigile la máquina de vapor, mecánicos para las reparaciones diarias y, además, muchos peones destinados a transportar los productos de un lugar a otro, etc. Todos estos obreros, hombres, mujeres y niños están obligados a empezar y terminar su trabajo a la hora señalada por la autoridad del vapor, que se burla de la autonomía individual. Lo primero que hace falta es, pues, que los obreros se pongan de acuerdo sobre las horas de trabajo; a estas horas, una vez fijadas, quedan sometidos todos sin ninguna excepción. Después, en cada lugar y a cada instante surgen cuestiones de detalle sobre el modo de producción, sobre la distribución de los materiales, etc., cuestiones que tienen que ser resueltas al instante, so pena de que se detenga inmediatamente toda la producción. Bien se resuelvan por la decisión de un delegado puesto al frente de cada rama de producción o bien por el voto de la mayoría, si ello fuese posible, la voluntad de alguien tendrá siempre que subordinarse; es decir, que las cuestiones serán resueltas autoritariamente. El mecanismo automático de una gran fábrica es mucho más tiránico que lo han sido nunca los pequeños capitalistas que emplean obreros. En la puerta de estas fábricas, podría escribirse, al menos en cuanto a las horas de trabajo se refiere: Lasciate ogni autonomia, voi che entrate!* Si el hombre, con la ciencia y el genio inventivo, somete a las fuerzas de la naturaleza, éstas se vengan de él sometiéndolo, mientras las emplea, a un verdadero despotismo, independientemente de toda organización social. Querer abolir la autoridad en la gran industria, es querer abolir la industria misma, es querer destruir las fábricas de hilados a vapor para volver a la rueca.

Tomemos, para poner otro ejemplo, un ferrocarril. También aquí es absolutamente necesaria la cooperación de una infinidad de individuos, cooperación que debe tener lugar a horas muy precisas, para que no se produzcan desastres. También aquí, la primera condición para que la empresa marche es una voluntad dominante que zanje todas las cuestiones secundarias. Esta voluntad puede estar representada por un solo delegado o por un comité encargado de ejecutar los acuerdos de una mayoría de interesados. Tanto en uno como en otro caso existe autoridad bien pronunciada. Más aún: ¿qué pasaría con el primer tren que arrancara, si se aboliese la autoridad de los empleados del ferrocarril sobre los señores viajeros?

Pero, donde más salta a la vista la necesidad de la autoridad, y de una autoridad imperiosa, es en un barco en alta mar. Allí, en el momento de peligro, la vida de cada uno depende de la obediencia instantánea y absoluta de todos a la voluntad de uno solo.

Cuando he puesto parecidos argumentos a los más furiosos antiautoritarios, no han sabido responderme más que esto: «¡Ah! eso es verdad, pero aquí no se trata de que nosotros demos al delegado una autoridad, sino ¡de un encargo!» Estos señores creen cambiar la cosa con cambiarle el nombre. He aquí cómo se burlan del mundo estos profundos pensadores.

Hemos visto, pues, que, de una parte, cierta autoridad, delegada como sea, y de otra, cierta subordinación, son cosas que, independientemente de toda organización social, se nos imponen con las condiciones materiales en las que producimos y hacemos circular los productos.

Y hemos visto, además, que las condiciones materiales de producción y de circulación se extienden inevitablemente con la gran industria y con la gran agricultura, y tienden cada vez más a ensanchar el campo de esta autoridad. Es, pues, absurdo hablar del principio de autoridad como de un principio absolutamente malo y del principio de autonomía como de un principio absolutamente bueno. La autoridad y la autonomía son cosas relativas, cuyas esferas verían en las diferentes fases del desarrollo social. Si los autonomistas se limitasen a decir que la organización social del porvenir restringirá la autoridad hasta el límite estricto en que la hagan inevitable las condiciones de la producción, podríamos entendernos; pero, lejos de esto, permanecen ciegos para todos los hechos que hacen necesaria la cosa y arremeten con furor contra la palabra.

¿Por qué los antiautoritarios no se limitan a clamar contra la autoridad política, contra el Estado? Todos los socialistas están de acuerdo en que el Estado político, y con él la autoridad política, desaparecerán como consecuencia de la próxima revolución social, es decir, que las funciones públicas perderán su carácter político, trocándose en simples funciones administrativas, llamadas a velar por los verdaderos intereses sociales. Pero los antiautoritarios exigen que el Estado político autoritario sea abolido de un plumazo, aun antes de haber sido destruidas las condiciones sociales que lo hicieron nacer. Exigen que el primer acto de la revolución social sea la abolición de la autoridad. ¿No han visto nunca una revolución estos señores? Una revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria que existe; es el acto por medio del cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios si los hay; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por medio del terror que sus armas inspiran a los reaccionarios. ¿La Comuna de París habría durado acaso un solo día, de no haber empleado esta autoridad de pueblo armado frente a los burgueses? ¿No podemos, por el contrario, reprocharle el no haberse servido lo bastante de ella?

Así pues, una de dos: o los antiautoritarios no saben lo que dicen, y en este caso no hacen más que sembrar la confusión; o lo saben, y en este caso traicionan el movimiento del proletariado. En uno y otro caso, sirven a la reacción.





Diciembre de 1873 en el Almanacco Repubblicano per l'anno 1874.
Traducido del italiano.


* «¡Quien entre aquí, renuncie a toda autonomía!». Parafraseado de la Divina comedia de Dante. "Infierno", canto III, estrofa 3.

20101228

¡ La confrontación programática, una necesidad revolucionaria!


Grupo Comunista Mundial
« El Programa de la Revolución Comunista »


Proletarios, compañeros,


Admitan el objetivo, los presupuestos y las condiciones de la confrontación programática en la perspectiva de la futura revolución comunista ; acepten la invitación del Grupo Comunista Mundial.
El Programa Comunista surgió en 1847 como Totalidad Una e Indivisible. Es descripción cumplida de la revolución y de la sociedad comunistas.
¡ El proletariado es revolucionario o no es nada ! La contra revolución democrática triunfó sobre el proletariado y lo excluyó de la Historia (noviembre de 1922) . Desde luego, la situación histórica se caracteriza por la ausencia transitoria de cualquier lucha de clase y consecuente a eso no se ha constituido ningún partido de clase. Ya no existe ninguna representación organizada del proletariado revolucionario.
Al término de una acumulación sin precedentes del capital y de la miseria, nada menos que la explosión violenta de las contradicciones capitalistas y el estallido de la violencia estática burguesa y démocrática romperá la paz social, trastornará radicalmente esa situación ; así serán invertidos brutalmente todos los presupuestos contra-revolucionarios actualmente en vigor. La crisis catastrófica del sistema reactivará la espontaneidad revolucionaria y hará surgir de nuevo la violencia proletaria en contra de las condiciones de explotación, y restablecerá la lucha de clases.
La crisis catastrófica será el momento crucial del proceso de delimitación y de unificación de las fuerzas que lucharan para finalizar la restauración del programa comunista invariante y para la formación del Partido Comunista Mundial, imprescindible para que haya una revolución .
El Grupo Comunista Mundial declara que la confrontación programática es ineludible porque sus objetivos son la clarificación de las condiciones históricas y de las modalidades teóricas, políticas y prácticas de la formación del Partido Comunista Mundial. Tambien es ineludible el esclarecimiento de las normas de acción y de organización de ese partido, con el fin de conquistar el poder, destruir el estado burgués, edificar el Estado proletario totalitario, ejercer la dictadura del proletariado, e instaurar la sociedad comunista.
El Grupo Comunista Mundial sostiene que la confrontación del programa comunista con las posiciones subversivas y con los intentos de afirmaciones revolucionarias espontáneamente nacidas de los sótanos de la sociedad burguesa es conforme a los principios y al método comunistas. Es imprescindible esa confrontación para la identificación, la selección y la conquista de esas energías militantes que se manifiestan y se manifestarán en el futuro sobre todo, tal como expresiones tendenciales del Partido Comunista. Así se preparan a reconquistar el terreno de la lucha de clases.
El Grupo Comunista Mundial afirma que la confrontación debe tener como objetivo convertir la espontaneidad revolucionaria de esas fuerzas revolucionarias aisladas en un momento consciente de la lucha para la restauración programática del futuro Partido Comunista Mundial ; esa confrontación será esencial a su acercamiento y unificación en el proceso planificado de la formación del partido de clase.
El Grupo Comunista Mundial subraya que la confrontación programática consiste en reconocer, apreciar y comprobar, mediante su acercamiento y su comparación, la conformidad al Programa Comunista de las afirmaciones y posiciones revolucionarias de militantes organizados o no. Así pues, consiste en buscar e identificar rigurosamente las convergencias para fortalezerlas, y señalar e individualizar las divergencias para liquidarlas. Así que el resultado es unificación, fusión, asimilación o integración, por principio por vías de afiliaciones individuales, superando y sobrepasando las diferenciaciones primeras. Sin embargo, puede ser que la confrontación desemboque en una delimitación y una clarificación mayor de los antagonismos, en la cristalización de ciertas oposiciones irreductibles, y en la formulación de los motivos de la separación original, en beneficio de la defensa de la independencia teórica y de organización inicial.
El Grupo Comunista Mundial exige que la confrontación programática sea efectuada respetando de manera estricta el principio de independencia teórica y de organización de las energías distintas que pone en contacto.
Las organizaciones o los elementos que se exponen a la confrontación, aceptando la invitación del Grupo Comunista Mundial, o solicitándola,


• manifiestan su aversión hacia cualquier democracia,
• excluyen los métodos y los mecanismos democráticos con vocación mayoritaria
• rechazan el debate y la discusión, es decir el charloteo,
• desechan las formas y los procesos de los congresos y las conferencias,
• adoptan imperativamente un plan de trabajo y ordenes del día con objetivos precisos,
• fijan el calendario de las reuniones y de las correspondencias,
• publican regularmente sus crónicas,
• dan patentes los resultados y hacen el balance de la confrontación a beneficio del futuro partido.


Cualquier replanteamiento de los presupuestos, de la meta y de los métodos antidemocraticos de la confrontación provoca su interrupción de ipso facto.


El Plan de la confrontación es el siguiente :


Primer momento : "Apertura de la confrontación".
Presentación general de los orígenes, de la función, de las tesis características de las fuerzas en presencia desde el punto de vista de la historia del Partito Comunista Histórico.
Identificación de las convergencias y de las divergencias eventuales.
Adopción de los principios de la confrontación revolucionaria.
Fijación de las modalidades de reunión y elaboración del calendario.
Transmisión de los textos fundamentales y de los documentos programáticos.


Segundo momento : "El comunismo".
Descripción de la sociedad comunista y conocimiento de un plan de vida para el genero humano.
El ser humano, verdadero "gemeinwesen".


Tercer momento : "La dictadura del proletariado".
Descripción del Estado de transición.
Actividad estatal del Partido Comunista Mundial.


Cuarto momento : "El partido de clase".
Descripción de las características del Partido Comunista Mundial.
Actividad revolucionaria y catastrófica del Partido Comunista Mundial.


Quinto momento : "La crisis catastrófica del capital".
Descripción del derrumbe del Capital y del surgimiento del proletariado revolucionario.
La producción revolucionaria y catastrófica del Partido Comunista Mundial.


Sexto momento : "El desarrollo del capital, o sea la relación capital / trabajo".
Descripción de la expansión capitalista y de las condiciones de integración del proletariado al capital.
Necrología del capital.


Séptimo momento : "Las revoluciones proletarias y las contrarevoluciones democráticas : 1848 – 1871 – 1905 – 1922 ".
Las lecciones de las contrarevoluciones y su sistematización en la perspectiva de la revolución futura, puramente proletaria.


Octavo momento : "El balance de la confrontación".
Adopción de las resoluciones teóricas y practicas.


La observancia rigurosa de las condiciones de la confrontación programática fortalece y fortalecerá la representación orgánica del programa comunista, favorece y favorecerá el encuentro de la espontaneidad revolucionaria con ese programa.



¡ El "instinto y el odio” ,
el "mesianismo proletario",
el "fanatismo proletario"
el "integrismo proletario",

que distinguen desde siempre la tradición de lucha comunista radical, sean abrazadas por todas las fuerzas disponibles para la restauración programática del comunismo !









Diciembre de 2006

20101206

El programa revolucionario inmediato (Programma rivoluzionario immediato nell'Occidente capitalistico, Reunión de Forlì del Partito Comunista Intern)

Breves palabras de los editores de Anabaptismo: El siguiente texto, orgánicamente pertenece al Partido Comunista Internacional, pero individualmente es atribuido a Amadeo Bordiga. Puede que aparezcan supuestos que muchos revolucionarios no acepten, entre los que resalta el etapismo o la forma Estado como elemento revolucionario. Sin embargo, el texto afirma elementos impostergables para la lucha contra el capitalismo: derrotismo revolucionario, continuidad del partido histórico de la revolución mundial, la dictadura como afirmación necesaria del proletariado victorioso, abolición del productivismo y la especialización, entre otros. Un "plan de subproducción" como medida para la abolición del mercado salarial, a todos quienes no tenemos otra forma de subsistir que vender nuestras vidas y facultades a un complejo mecanismo donde reina el rendimiento y la eficacia, es un punto programático netamente revolucionario.



1 - Con la gigantesca y potente reanudación a escala mundial del movimiento revolucionario en la primera posguerra, cristalizado en Italia en el sólido partido constituido en 1921, fue claro que el postulado urgente era la conquista del poder político, y que el proletariado no lo coge por una vía legal, sino con la acción armada; que la mejor ocasión para ello surge de la derrota militar del propio país y que la forma política consecutiva a la victoria es la dictadura del proletariado. La transformación económica y social es una tarea ulterior, cuya condición primera está dada por la dictadura.

2 - Al ser larguisima la vía que conduce al comunismo pleno, el «Manifiesto de los Comunistas» aclaró que las medidas sociales posteriores que se vuelven posibles, o que se toman «despóticamente», varían según el grado de desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas del país en el cual el proletariado ha vencido y según la rapidez con que dicha victoria se extiende a otros países. El «Manifiesto» indicó las medidas adecuadas en aquel entonces, esto es, en 1848, para los países europeos más evolucionados, y recalcó que no se trataba del programa del socialismo integral, sino de un conjunto de medidas que calificó de transitorias, inmediatas, variables y esencialmente «contradictorias».

3 - Ulteriormente, muchas medidas dictadas entonces a la revolución proletaria fueron tomadas por la burguesía misma en éste o en aquel país, como por ejemplo: la instrucción obligatoria, el Banco de Estado, etc. Ello fue uno de los elementos que engañaron a los partidarios de una teoría no estable y reelaborada de continuo según los resultados históricos.

Aquel hecho no autorizaba a creer que hubiesen cambiado las leyes y previsiones precisas del paso del modo capitalista de producción al socialista, con todas sus formas económicas, sociales y políticas, sino que sólo significaba que seria diverso y más fácil el primer periodo postrevolucionario, el de la economía de transición al socialismo, que precede al periodo consecutivo del socialismo inferior y al último del socialismo superior o comunismo integral.

4 - El oportunismo clásico consistió en hacer creer que todas aquellas medidas, de la más baja a la más alta, podrían ser aplicadas por el Estado burgués democrático bajo la presión, o directamente la conquista legal del mismo, por parte del proletariado. Pero, en tal caso, esas diversas «medidas», si fueran compatibles con el modo capitalista de producción, hubiesen sido adoptadas en interés de la continuidad del capitalismo y para postergar su caída; y si fueran incompatibles con él, jamás hubiesen sido realizadas por el Estado.

5 - El oportunismo actual, con su fórmula de la democracia popular y progresista, en el marco de la constitución parlamentaria, tiene una tarea histórica distinta y peor. No solo ilusiona al proletariado haciéndole creer que algunas de las medidas que le son propias puedan ser incluidas entre las tareas de un Estado interclasista y de varios partidos (o sea, al igual que los social demócratas de ayer, reniega de la dictadura), sino que conduce directamente las masas que encuadra a luchar por medidas sociales «populares y progresistas» que se oponen directamente a las que el poder proletario se fijó siempre desde 1848 con el «Manifiesto».

6 - Nada podrá mostrar mejor toda la ignominia de semejante involución que una lista de medidas que deberían formularse en un país del Occidente capitalista - cuando se plantee en el futuro la conquista del poder - en lugar de las del «Manifiesto», incluyendo sin embargo las más características de las de aquel entonces.

7 - La siguiente es una lista de tales reivindicaciones:


a) «Desinversión de los capitales», esto es, asignación de una parte mucho menor del producto a bienes instrumentales y no de consumo.
b) «Elevación de los costos de producción» para poder dar, mientras subsistan el salario, el mercado y la moneda, pagas más altas por menos tiempo de trabajo.
c) «Reducción drástica de la jornada de trabajo» a la mitad de las horas actuales por lo menos, absorbiendo el paro y las actividades antisociales.
d) Una vez reducido ya el volumen de la producción con un plan de «subproducción» que la concentre en los terrenos más necesarios, «control autoritario de los consumos», combatiendo la moda publicitaria de los consumos inútiles, dañinos y de lujo, y aboliendo por la fuerza las actividades destinadas a la propaganda de una sicología reaccionaria.
e) Rápida «ruptura de los limites de la empresa» con la transferencia autoritaria, no del personal, sino de las materias de trabajo, yendo hacia el nuevo plan de consumo.
f) «Abolición rápida de la previsión social» de tipo mercantil, para sustituirla con la alimentación social de los no trabajadores a partir de un mínimo inicial.
g) «Detención de la construcción» de casas y lugares de trabajo en torno de las grandes ciudades, e incluso de las pequeñas, como punto de partida para encaminarse a la distribución uniforme de la población en el campo. Reducción de la congestión, la velocidad y el volumen del tráfico prohibiendo el inútil.
h) «Lucha decidida contra la especialización» profesional y la división social del trabajo, mediante la abolición de las carreras y títulos.
i) Medidas inmediatas obvias, más cercanas a las políticas, para someter al Estado comunista la escuela, la prensa, todos los medios de difusión, de información, y la red de espectáculos y diversiones.

8 - No es extraño que los stalinistas y sus semejantes, con sus partidos de Occidente, reclamen hoy todo lo contrario, no solo en sus reivindicaciones «institucionales», es decir, en las político-legales, sino también en las «estructurales», esto es, en las económico-sociales. Eso permite que su acción sea paralela a la del partido que conduce el Estado ruso y los Estados ligados al mismo, en los cuales la tarea de transformación social consiste en el paso del precapitalismo al pleno capitalismo, con todo su bagaje de exigencias ideológicas, políticas, sociales y económicas, todas ellas orientadas al cenit burgués y dirigidas con horror sólo contra el nadir feudal y medieval. Estos socios de Occidente son tanto más unos inmundos renegados cuando que aquel peligro, físico y real aún en la parte del Asia actualmente en efervescencia, es inexistente y fingido para los proletariados metropolitanos que aquí están bajo la bota civil, liberal y onusiana de la arrogante capitalarquía norteamericana.


20101202

Consideraciones sobre la orgánica actividad del partido cuando la situación general es históricamente desfavorable (1965)






1.- La llamada cuestión de la organización interna del partido ha sido siempre objeto de las posiciones de los marxistas tradicionales y de la izquierda comunista actual, nacida como oposición a los errores de la Internacional de Moscú. Naturalmente esta cuestión no es un sector aislado en un compartimento cerrado, sino que es algo inseparable del cuadro general de nuestras posiciones.
2.- Todo lo que forma parte de la doctrina, de la teoría general del partido, se encuentra en los textos clásicos y está resumido profundamente en manifestaciones más recientes, en textos italianos como las Tesis de Roma y de Lyon y en otras muchas con las cuales la izquierda presagió la ruina de la III Internacional por fenómenos no menos graves que los ofrecidos por la II. Todo este material, en parte, es utilizado ahora para el estudio sobre la organización (entendida en un sentido restringido como organización del Partido y no en el sentido amplio de organización del proletariado en sus diversas formas históricas y sociales) y no se pretende aquí resumirlo, reenviando a dichos textos y al amplio trabajo en curso de la Historia de la Izquierda, cuyo segundo volumen se está preparando.
3.- Se deja a la teoría pura, común a todos nosotros y fuera de discusión, todo lo que respecta a la ideología del partido y a la naturaleza del mismo, y a las relaciones entre el partido y su propia clase proletaria, que se resumen en la conclusión obvia de que sólo con el partido y su acción, el proletariado se convierte en clase para sí y para la revolución.
4.- Indicamos normalmente como cuestiones de táctica (repetida la reserva de que no existen capítulos y secciones autónomas) las que surgen y se desarrollan históricamente en las relaciones entre el proletariado y las otras clases, el partido proletario y las otras organizaciones proletarias, y entre él y los partidos burgueses y no proletarios.
5.- La relación que fluye entre las soluciones tácticas, para no ser condenadas por los principios doctrinales y teóricos, y el desarrollo multiforme de las situaciones objetivas y, en cierto sentido, externas al partido, es en verdad bastante mutable; pero la Izquierda ha mantenido que el partido debe dominarla y preverla con antelación, como está escrito en las Tesis de Roma sobre la táctica, entendidas como proyecto de Tesis para la táctica internacional. Existen, para ser sintéticos hasta el extremo, períodos de situaciones objetivas favorables junto a condiciones desfavorables del partido como sujeto; puede darse también el caso opuesto, hay estados raros que son sugestivos ejemplos de un partido bien preparado y de una situación social que encuentra a las masas lanzadas hacia la revolución y hacia el partido que la ha previsto y descrito con antelación, como Lenin reivindicó para los bolcheviques en Rusia.
6.- Dejando a un lado "distinciones" pedantes, podemos preguntarnos en qué situación objetiva se encuentra la sociedad de hoy. Ciertamente la respuesta es que estamos en la peor situación posible y que gran parte del proletariado, más que ser golpeado por la burguesía, está controlado por los partidos que trabajan al servicio de ésta e impiden al proletariado todo movimiento clasista revolucionario, de modo que no se puede prever cuánto tiempo transcurrirá hasta que en esta situación muerta y amorfa, llegue lo que otras veces definimos como "polarización" o "ionización" de las moléculas sociales que precederá a la explosión del gran antagonismo de clase.
7.- ¿Cuáles son, en este periodo desfavorable, las consecuencias sobre la dinámica orgánica interna del partido? Hemos dicho siempre, en todos los textos más arriba citados, que el partido se ve inexorablemente afectado por el carácter de la situación real que lo rodea. Por tanto, los grandes partidos proletarios que existen son necesaria y declaradamente oportunistas. Es una tesis fundamental de la Izquierda que nuestro partido no debe por este motivo renunciar a resistir, sino que debe sobrevivir y transmitir la llama a lo largo del histórico "hilo del tiempo". Está claro que será un partido pequeño, no por nuestro deseo o elección, sino por ineluctable necesidad. Pensando en la estructura de este partido incluso en la época de decadencia de la III Internacional, y en innumerables polémicas, hemos rechazado, con argumentos que no es necesario repetir, varias acusaciones. No queremos un partido de secta secreta o de élite, que rechace todo contacto con el exterior por manías de pureza. Rechazamos toda fórmula de partido obrero o laborista que quiera excluir a todos los no proletarios, fórmula que pertenece a todos los partidos oportunistas históricos. No queremos reducir el partido a una organización de tipo cultural, intelectual y académica como la que dio lugar a las polémicas que se remontan a hace más de medio siglo; tampoco creemos, como ciertos anarquistas o blanquistas, que se pueda pensar en un partido de acción armada conspirativa y que se dedique a conjurar.
8.- Dado que el carácter de degeneración del complejo social se concentra en la falsificación y en la destrucción de la teoría y de la sana doctrina, está claro que el pequeño partido de hoy tiene un carácter preeminente de restaurador de los principios de valor doctrinal, y desgraciadamente está privado del ambiente favorable en el que Lenin realizó esta tarea tras el desastre de la primera guerra. Sin embargo, no por esto podemos trazar una barrera entre teoría y acción práctica; porque más allá de cierto límite nos destruiríamos a nosotros mismos y a todas nuestras bases de principio. Reivindicamos, por lo tanto, todas las formas de actividad propias de los momentos favorables en la medida en que las relaciones de fuerza reales lo permitan.
9.- Todo esto podría desarrollarse mucho más ampliamente, pero se puede llegar a una conclusión sobre la estructura organizativa del partido en un periodo tan difícil. Sería un error fatal verlo como divisible en dos grupos: uno dedicado al estudio y otro a la acción, porque esta distinción es mortal no sólo para el cuerpo del partido, sino también en relación a cada militante individual. El sentido del unitarismo y del centralismo orgánico es que el partido desarrolla en sí los órganos aptos para sus distintas funciones, que nosotros llamamos propaganda, proselitismo, organización proletaria, trabajo sindical, etc.; hasta llegar mañana, a la organización armada, pero nada se debe deducir del número de compañeros que se considera dedicado a tales funciones, porque en principio ningún compañero debe ser ajeno a ninguna de ellas. Es un percance histórico que en esta fase puedan parecer demasiados los compañeros dedicados a la teoría y a la historia del movimiento y pocos los preparados para la acción. Sería sobre todo insensata la búsqueda del número de los dedicados a una y otra manifestación de energía. Todos sabemos que, cuando la situación se radicalice, innumerables elementos se alinearán con nosotros, en una vía inmediata, instintiva y sin el mínimo curso de estudios que pueda imitar a las cualificaciones académicas.
10.- Sabemos muy bien que el peligro oportunista, desde que Marx luchó contra Bakunin, Proudhon, Lasalle y en todas las fases ulteriores del morbo oportunista, ha estado ligado enteramente a la influencia de falsos aliados pequeño burgueses sobre el proletariado. Toda nuestra desconfianza infinita hacia la aportación de estos estratos sociales no debe ni puede impedirnos utilizarles sobre la base de las potentes enseñanzas de la historia de los elementos de excepción, que el partido destinará al trabajo de reordenación de la teoría, fuera del cual no existe más que la muerte y que en el futuro, con su plan de difusión deberá identificarse con la inmensa extensión de las masas revolucionarias.
11.- Las violentas chispas que saltaron de entre los conductores de nuestra dialéctica nos han enseñado que es compañero militante comunista y revolucionario quien ha sabido olvidar, renegar, quitarse de la mente y del corazón la clasificación en que lo inscribe el padrón de esta sociedad en putrefación, y se ve y confunde a sí mismo en todo el arco milenario que liga al ancestral hombre de la tribu que luchaba contra las bestias, con el miembro de la comunidad futura, fraterna en la armonía alegre del hombre social.
12.- Partido histórico y partido formal. Esta distinción está en Marx y Engels, y ellos tuvieron el derecho de deducir que, estando con su obra en línea con el partido histórico, despreciaban pertenecer a todo partido formal. De esto ningún militante actual puede inferir el derecho a una elección: tener las cartas en regla con el "partido histórico", y burlarse del partido formal. Esto no porque Marx y Engels fuesen superhombres de un tipo o raza distinta a los demás, sino precisamente por la sana inteligencia de su proposición que tiene sentido dialéctico e histórico. Marx dice: partido en su acepción histórica, en el sentido histórico, y partido formal o efímero. En el primer concepto está la continuidad, y de él hemos derivado nuestra tesis característica de la invariabilidad de la doctrina desde que Marx la formuló, no como una invención de genio, sino como hallazgo de un resultado de la evolución humana. Pero los dos conceptos no están en oposición metafísica, y sería necio expresarlos con la doctrinilla: vuelvo la espalda al partido formal y voy hacia el histórico. Cuando hacemos surgir de la doctrina invariante la conclusión de que la victoria revolucionaria de la clase trabajadora no puede obtenerse mas que con el partido de clase y la dictadura de éste, y con la guía de las palabras de Marx afirmamos que antes del partido revolucionario y comunista el proletariado es una clase, quizás para la ciencia burguesa, pero no para Marx y para nosotros; la conclusión a deducir es que para la victoria será necesario tener un partido que merezca al mismo tiempo la calificación de partido histórico y de partido formal, o sea, que se haya resuelto en la realidad de la acción y de la historia la contradicción aparente - que ha dominado un largo y difícil pasado - entre partido histórico, por tanto, en cuanto al contenido (programa histórico, invariable), y partido contingente, es decir, en cuanto a la forma, que actúa como fuerza y praxis física de una parte decisiva del proletariado en lucha. Esta sintética puesta a punto de la cuestión doctrinal hace referencia también rápidamente a los procesos históricos que nos preceden.









13.- El primer paso, desde un conjunto de pequeños grupos y ligas, en los que se manifiesta la lucha obrera, hasta el partido Internacional previsto por la doctrina, se da con la fundación de la I Internacional en 1864. No es este el momento de reconstruir el proceso de la crisis de ésta, que bajo la dirección de Marx fue defendida a ultranza de las infiltraciones de programas pequeño-burgueses como los de los libertarios. En 1889 se reconstituye la II Internacional, tras la muerte de Marx, pero bajo el control de Engels, cuyas indicaciones no fueron aplicadas. Por algún tiempo se tendió a tener de nuevo en el partido formal la continuación del partido histórico, pero fue despedazado en los años siguientes por el tipo federalista y no centralista, por las influencias de la praxis parlamentaria y del culto a la democracia y por la visión nacionalista de las distintas secciones, no concebidas como ejércitos de guerra contra el propio estado, como habría querido el Manifiesto de 1848; surge el revisionismo abierto que desvaloriza el fin histórico y exalta el movimiento contingente y formal. El surgimiento de la III Internacional, tras la caída desastrosa en 1914 en el puro democratismo y nacionalismo de casi todas las secciones, fue para nosotros en los años que siguieron a 1919 la plena conjunción del partido histórico en el partido formal. La nueva Internacional surgió declaradamente centralista y antidemocrática, pero la praxis histórica de la incorporación de las secciones federadas en la Internacional fracasada fue particularmente difícil y apresurada ante la preocupación de que fuese inmediato el paso entre la conquista del poder en Rusia y la conquista en los países europeos. Si la sección surgida en Italia de las ruinas del viejo partido de la II Internacional fue particularmente conducida, no por virtud de las personas, sino por derivaciones históricas, a advertir de la exigencia de soldar el movimiento histórico y su forma actual, fue por haber mantenido luchas particulares contra las formas degeneradas y por tanto por haber rechazado las infiltraciones no sólo de las fuerzas dominadas por posiciones de tipo nacional, parlamentario y democrático, sino también de aquellas (itálicas, maximalismo) que se dejaron influenciar por el revolucionarismo pequeño-burgués, anarco-sindicalista. Esta corriente de izquierda luchó particularmente para que las condiciones de admisión fuesen rígidas (construcción de la nueva estructura formal), las aplicó de lleno en Italia, y cuanto éstas dieron resultados no perfectos en Francia, Alemania, etc., fue la primera en advertir de la existencia del peligro para toda la Internacional. La situación histórica, por la cual el Estado proletario sólo se había constituido en un país, mientras que en los otros no se había conseguido conquistar el poder, hacía difícil a la sección rusa la clara solución orgánica de mantener el timón de la organización mundial. La Izquierda fue la primera en advertir que el comportamiento del Estado ruso, tanto en su economía interna como en las relaciones internacionales, comenzaba a acusar desviaciones, y advirtió también de que se establecería una diferencia entre la política del partido histórico, es decir, de todos los comunistas revolucionarios del mundo, y la política de un partido formal que defendiese los intereses del Estado ruso contingente.
14.- Este abismo se excavó tan profundamente desde entonces que las "aparentes" secciones que dependían del partido-guía ruso, hicieron en un sentido efímero una política vulgar de colaboración con la burguesía, no mejor que la tradicional de los partidos corruptos de la II Internacional. Esto da la posibilidad, no diremos el derecho, a los grupos que surgieron de la lucha de la Izquierda italiana contra la degeneración de Moscú de entender mejor que cualquier otro el camino que el partido verdadero, activo y formal, debe mantener para ser consecuente con las características del partido histórico revolucionario que en línea de praxis se ha afirmado en grandes fragmentos históricos a través de la serie trágica de las derrotas de la revolución. La transmisión de esta tradición no deformada por los esfuerzos para hacer real una nueva organización del partido internacional sin pausas históricas, organizativamente no se puede basar en la elección de hombres muy cualificados o muy informados de la doctrina histórica, sino que orgánicamente tiene que utilizar del modo más fiel la línea entre la acción del grupo con el que ella se manifestaba hace 40 años y la línea actual. El nuevo movimiento no puede esperar superhombres ni Mesías, sino que se debe basar en un nuevo despertar de cuanto ha podido conservar a través de mucho tiempo, y la conservación no puede limitarse a la enseñanza de tesis y a la búsqueda de documentos, sino que se sirve también de utensilios vivos que forman una vieja guardia y que confían en dar una consigna incorrupta y potente a una joven guardia. Esta se lanza hacia nuevas revoluciones que tal vez no deban esperar más de un decenio desde ahora para la acción en un primer plano en la escena histórica; no interesan al partido y a la revolución el nombre de unos u otros hombres. La correcta transmisión de la tradición por encima de las generaciones, y por esto por encima de nombres de hombres vivos o muertos, no puede reducirse a la de los textos críticos, y al método único de empleo de la doctrina del partido comunista de manera adherente y fiel a los clásicos, sino que debe referirse a la batalla de clase que la Izquierda marxista (no queremos limitar el reclamo a la región italiana) implantó y condujo en la lucha real más encendida en los años posteriores a 1919, y que fue despedazada más que por la relación de fuerzas con la clase enemiga, por el vínculo de dependencia de un centro que degeneraba de lo que había sido el partido Mundial histórico, para convertirse en un partido efímero destruido por la patología oportunista, hasta que históricamente se rompió de hecho. La Izquierda intentó históricamente, sin romper con el principio de la disciplina mundial centralizada, dar la batalla revolucionaria y defensiva manteniendo al proletariado de vanguardia indemne para la colusión con los estratos intermedios, sus partidos y sus ideologías dirigidas para la derrota. Frustrada también esta contingencia histórica de salvar si no la revolución al menos el nervio de su partido histórico, hoy se ha reiniciado en una situación objetiva apática y hostil, en medio de un proletariado infectado de democratismo pequeño burgués hasta la médula; pero el organismo naciente, utilizando toda la tradición doctrinal y táctica reafirmada por la verificación histórica de previsiones tempestivas, la aplica también a su acción cotidiana persiguiendo la reanudación de un contacto cada vez más amplio con las masas explotadas, y elimina de su propia estructura uno de los errores de partida de la Internacional de Moscú, liquidando la tesis del centralismo democrático y la aplicación de toda máquina de voto, como ha eliminado de la ideología incluso del último miembro, toda concesión a las directrices democratoides, pacifistas, autonomistas y libertarias.




(De "Il Programma Comunista", nº 2 de 1965)