El siguiente texto corresponde a los parrafos finales del extenso prefacio, escrito por Denis Authier (también traductor), al "Informe de la delegación siberiana" de León Trotsky, documento de alcance histórico redactado en 1903 trás el segundo congreso del Partido Obrero Social - Democrata de Rusia realizado en Ginebra. Este puede ser descargado en su totalidad desde el siguiente sitio: http://www.edicionesespartaco.com/
El movimiento de mayo ha vuelto a dar una vida más o menos artificial a un cierto número de corrientes revolucionarias del pasado y, entre ellas, al “anti-leninismo de izquierda”. La debilidad del movimiento revolucionario se ha manifestado en esta incapacidad para “superar el pasado”. Ha “rehecho” 1848, la Comuna, 1917, Barcelona e incluso el “frente popular”. Parece, no obstante, haber creado una nueva forma: los Comités de Acción. Pero el agrupamiento de los revolucionarios en pequeños grupos ha marcado todas las épocas en que el movimiento revolucionario no existía más que en un estado embrionario. Finalmente, los Comités de Acción no han sido muy frecuentemente sino las “organizaciones de masas” de las diferentes “vanguardias” grupusculares. Únicamente una minoría de Comités de Acción, escapando a toda otra “dirección” que la dirección misma de su voluntad, ha podido representar algo positivo. Esta positividad se limitaba a su existencia misma, como forma nueva revolucionaria; no afecta a su acción, que fue un sindicalismo más duro que el sindicalismo oficial.
Así, ha aparecido una forma revolucionaria, pero no su contenido. Sólo la ideología dominante puede hacer tomar por la revolución de la edad moderna lo que no fue con frecuencia más que una parodia.
En la parodia, toda suerte de personajes tenían su papel a jugar, y esto es lo que explica la importancia tomada por los desechos de otra época: los estalinistas de todo pelaje (P.C.F., prochinos, etc.) rehaciendo el “frente popular”, los trotskistas llamando al “frente único obrero” (es decir, una coalición electoral de las organizaciones en apariencia obreras, partidos y sindicatos), los diversos “espontaneístas”, “obreristas” y “ultra-izquierdistas” haciendo propaganda para la autogestión por los obreros de la miseria capitalista. Todo esto fue y sigue estando coronado por debates sobre el “problema de la organización” en que cada cual recita un papel aprendido hace cincuenta años y más. Nuestras tareas políticas y el Informe de la Delegación Siberiana añadirán un papel más al repertorio y permitirán acelerar la descomposición natural del “leninismo”.
El “leninismo” se ha refugiado hoy en los grupúsculos estudiantiles: es que, efectivamente, para invertir la fórmula de ¿Qué hacer?, “entregados a sus fuerzas solamente, los revolucionarios no-proletarios no pueden elevarse más que a una conciencia leninista”. La misma razón que hace que la clase obrera sea la única clase espontáneamente revolucionaria, es decir, su situación en las relaciones sociales actuales, hace que los estudiantes no sean espontáneamente capaces más que de un revolucionarismo formal. En el mejor de los casos, no pueden ser portadores sino de aspiraciones revolucionarias vacías. Esto se manifestó en la teatralidad y la logomaquia de las asambleas de estudiantes. La pretendida “revolución estudiantil” no desembocó en nada y se hundió con el fin de la huelga general que había creado por sí sola la situación en que esa “revolución” podía subsistir. El movimiento estudiantil no ha sido el “detonador”, sino el “billete de entrada” * de una nueva revolución apenas comenzada. En la situación de mayo, el proletariado ha permanecido globalmente reformista y esto explica que haya podido continuar haciéndose “maniobrar” por las fuerzas del viejo mundo. La aparición de una franja revolucionaria extremadamente minoritaria en el proletariado es el único hecho importante de mayo; es el único que nos asegura que un nuevo proceso revolucionario se ha desencadenado efectivamente.
Los problemas que esta revolución tendrá que resolver serán diferentes de los que se han planteado en mayo; por un lado, serán los problemas militares y políticos de la insurrección y el aplastamiento “físico” inmediato de las fuerzas reaccionarias; por otro, los problemas de la destrucción, en sus raíces (las relaciones mercantiles) de la economía capitalista y de toda ECONOMÍA; los problemas que plantea la apropiación nuevamente por la sociedad del proceso de producción ya socializado, pero todavía en manos de una clase minoritaria, todavía aprisionado en el marco del intercambio individual.
El “problema de la organización” no es más que una fórmula vacía y no se plantea más que a aquellos que preocupa la organización de la organización. Cuando se plantean las tareas revolucionarias (y apenas fue éste el caso en mayo), las fuerzas revolucionarias, engendradas por la sociedad que deben destruir, se organizan espontáneamente para resolverlas.
La organización que se da un movimiento revolucionario, así como su programa y sus fines, está determinado por la situación concreta de la época, y las formas que se da evolucionan cuando se modifican las condiciones del combate. Un movimiento revolucionario corresponde siempre, a la vez, a la sociedad que va a suprimir y a la que va a instaurar. El bolchevismo es un producto de las condiciones particulares de la Rusia zarista; los rasgos característicos de la Rusia “soviética” existen ya en la organización del Partido que ha sido llevado efectivamente al centro del proceso revolucionario; cuando se ha mostrado esto, se ha acabado la crítica teórica del “leninismo”, de esa pretensión grotesca de los epígonos de buscar en Lenin-Trotsky la teoría de la revolución a venir. Ésta, para triunfar, debe pasar obligatoriamente por la crítica del leninismo-trotskismo (entre otras cosas) para llegar a una visión adecuada de lo que ella misma es y de sus tareas. Accesoriamente, al haber hecho caer los oropeles de jefes geniales que continúan recubriendo a Lenin y a Trotsky, les restituirá su verdadera grandeza de militantes revolucionarios.
Así, ha aparecido una forma revolucionaria, pero no su contenido. Sólo la ideología dominante puede hacer tomar por la revolución de la edad moderna lo que no fue con frecuencia más que una parodia.
En la parodia, toda suerte de personajes tenían su papel a jugar, y esto es lo que explica la importancia tomada por los desechos de otra época: los estalinistas de todo pelaje (P.C.F., prochinos, etc.) rehaciendo el “frente popular”, los trotskistas llamando al “frente único obrero” (es decir, una coalición electoral de las organizaciones en apariencia obreras, partidos y sindicatos), los diversos “espontaneístas”, “obreristas” y “ultra-izquierdistas” haciendo propaganda para la autogestión por los obreros de la miseria capitalista. Todo esto fue y sigue estando coronado por debates sobre el “problema de la organización” en que cada cual recita un papel aprendido hace cincuenta años y más. Nuestras tareas políticas y el Informe de la Delegación Siberiana añadirán un papel más al repertorio y permitirán acelerar la descomposición natural del “leninismo”.
El “leninismo” se ha refugiado hoy en los grupúsculos estudiantiles: es que, efectivamente, para invertir la fórmula de ¿Qué hacer?, “entregados a sus fuerzas solamente, los revolucionarios no-proletarios no pueden elevarse más que a una conciencia leninista”. La misma razón que hace que la clase obrera sea la única clase espontáneamente revolucionaria, es decir, su situación en las relaciones sociales actuales, hace que los estudiantes no sean espontáneamente capaces más que de un revolucionarismo formal. En el mejor de los casos, no pueden ser portadores sino de aspiraciones revolucionarias vacías. Esto se manifestó en la teatralidad y la logomaquia de las asambleas de estudiantes. La pretendida “revolución estudiantil” no desembocó en nada y se hundió con el fin de la huelga general que había creado por sí sola la situación en que esa “revolución” podía subsistir. El movimiento estudiantil no ha sido el “detonador”, sino el “billete de entrada” * de una nueva revolución apenas comenzada. En la situación de mayo, el proletariado ha permanecido globalmente reformista y esto explica que haya podido continuar haciéndose “maniobrar” por las fuerzas del viejo mundo. La aparición de una franja revolucionaria extremadamente minoritaria en el proletariado es el único hecho importante de mayo; es el único que nos asegura que un nuevo proceso revolucionario se ha desencadenado efectivamente.
Los problemas que esta revolución tendrá que resolver serán diferentes de los que se han planteado en mayo; por un lado, serán los problemas militares y políticos de la insurrección y el aplastamiento “físico” inmediato de las fuerzas reaccionarias; por otro, los problemas de la destrucción, en sus raíces (las relaciones mercantiles) de la economía capitalista y de toda ECONOMÍA; los problemas que plantea la apropiación nuevamente por la sociedad del proceso de producción ya socializado, pero todavía en manos de una clase minoritaria, todavía aprisionado en el marco del intercambio individual.
El “problema de la organización” no es más que una fórmula vacía y no se plantea más que a aquellos que preocupa la organización de la organización. Cuando se plantean las tareas revolucionarias (y apenas fue éste el caso en mayo), las fuerzas revolucionarias, engendradas por la sociedad que deben destruir, se organizan espontáneamente para resolverlas.
La organización que se da un movimiento revolucionario, así como su programa y sus fines, está determinado por la situación concreta de la época, y las formas que se da evolucionan cuando se modifican las condiciones del combate. Un movimiento revolucionario corresponde siempre, a la vez, a la sociedad que va a suprimir y a la que va a instaurar. El bolchevismo es un producto de las condiciones particulares de la Rusia zarista; los rasgos característicos de la Rusia “soviética” existen ya en la organización del Partido que ha sido llevado efectivamente al centro del proceso revolucionario; cuando se ha mostrado esto, se ha acabado la crítica teórica del “leninismo”, de esa pretensión grotesca de los epígonos de buscar en Lenin-Trotsky la teoría de la revolución a venir. Ésta, para triunfar, debe pasar obligatoriamente por la crítica del leninismo-trotskismo (entre otras cosas) para llegar a una visión adecuada de lo que ella misma es y de sus tareas. Accesoriamente, al haber hecho caer los oropeles de jefes geniales que continúan recubriendo a Lenin y a Trotsky, les restituirá su verdadera grandeza de militantes revolucionarios.
(Julio de 1969)
* “El nombre bajo el cual una revolución se introduce no es jamás el que llevará en sus banderas el día del triunfo. Para asegurarse posibilidades de éxito, los movimientos revolucionarios son forzados, en la sociedad moderna, a tomar prestados sus colores, desde el principio, a los elementos del pueblo que, aun oponiéndose al gobierno existente, viven en total armonía con la sociedad existente. En una palabra, las revoluciones deben conseguir su billete de entrada para la escena oficial de manos de las clases dirigentes mismas.” (Carlos Marx, New York Tribune, 27-7-1857).
* “El nombre bajo el cual una revolución se introduce no es jamás el que llevará en sus banderas el día del triunfo. Para asegurarse posibilidades de éxito, los movimientos revolucionarios son forzados, en la sociedad moderna, a tomar prestados sus colores, desde el principio, a los elementos del pueblo que, aun oponiéndose al gobierno existente, viven en total armonía con la sociedad existente. En una palabra, las revoluciones deben conseguir su billete de entrada para la escena oficial de manos de las clases dirigentes mismas.” (Carlos Marx, New York Tribune, 27-7-1857).
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