20050725

APUNTE SOBRE PANNEKOEK Y BORDIGA



El siguiente apunte aparece en las páginas finales del libro “Declive y resurgimiento de la perspectiva comunista” de Gilles Dauvé y François Martin. El texto ha sido tomado de la edición española del 2003 (Ediciones Espartaco Internacional).


Aunque Lenin atacó a ambos en su obra El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, Pannekoek consideraba a Bordiga como una extraña marca de leninista, y Bordiga catalogaba a Pannekoek como una mezcla desagradable de marxismo y anarcosindicalismo. En realidad, ninguno se interesó realmente por el otro, y las izquierdas comunistas “alemana” e “italiana” se dieron casi por completo la espalda. Uno de los objetivos de este apunte es demostrar que esta actitud fue un error.
Hace apenas unos años, pocos habían oído hablar de Pannekoek (1873-1960). Sus ideas y su proceder empiezan a ser objeto de atención porque en la actualidad se están reproduciendo las condiciones de su época – pero con diferencias sustanciales que nos obligan a corregir sus puntos de vista.
Aunque Pannekoek era holandés, la mayor parte de su actividad tuvo lugar en Alemania. Fue uno de los pocos socialistas de los países desarrollados que mantuvo viva la tradición revolucionaria anterior a 1914. Pero sólo adoptó posturas radicales durante y después de la guerra. Su obra de 1920 Revolución mundial y táctica comunista es una de las mejores obras de aquella época. Pannekoek comprendió que el fracaso de la Segunda Internacional no era achacable a su estrategia, sino que la propia estrategia hundía sus raíces en la función y la forma de la Segunda Internacional. La Internacional estaba adaptada a una fase concreta del capitalismo en la que los trabajadores exigían reformas económicas y políticas. Para hacer la revolución, el proletariado tenía que crear órganos de otro tipo que permitieran superar la vieja dicotomía partido / sindicato. Pannekoek no pudo evitar un enfrentamiento con la Internacional Comunista en torno a este asunto. En primer lugar, porque los rusos nunca habían entendido del todo la naturaleza de la vieja Internacional, y eran partidarios de organizar a los obreros desde arriba, sin apercibirse del vínculo entre la “conciencia socialista” de Kautsky introducida en las masas, y la postura contrarrevolucionaria de Kautsky; en segundo lugar, porque el Estado ruso deseaba contar con partidos de masas en Europa capaces de ejercer presión sobre sus gobiernos para que llegaran a acuerdos con Rusia. Pannekoek era partidario del núcleo comunista auténtico existente en Alemania. Pronto fue derrotado dicho núcleo y aparecieron diversos grandes partidos comunistas en Occidente. La izquierda comunista quedó reducida a pequeños grupúsculos divididos en diferentes facciones.
A principios de la década de 1930, Pannekoek y otros intentaron definir el comunismo. Ya a principios de la década anterior habían denunciado el carácter capitalista de Rusia. Ahora volvían al análisis del valor realizado por Marx. Sostenían que el capitalismo es producción para la acumulación de valor, mientras que el comunismo es producción para el valor de uso, para la satisfacción de las necesidades sociales.
Pero debe existir alguna forma de planificación: sin la intervención del dinero, la sociedad tendrá que organizar un riguroso sistema de contabilidad, a fin de llevar la cuenta de la cantidad de tiempo de trabajo contenida en cada mercancía producida. Una contabilidad exacta evitará que nada se
desaproveche. Pannekoek y sus amigos tenían razón al volver al valor y sus implicaciones. Pero se equivocaron al buscar un sistema racional de contabilidad en el tiempo de trabajo. Lo que proponen, en realidad, es que impere el valor (puesto que el valor no es más que la cantidad del tiempo de trabajo social necesario para producir una mercancía) sin la intervención del dinero. Cabe añadir que Marx atacó esta idea en 1857, al principio del Grundrisse. Pero al menos las izquierdas comunistas alemana (y holandesa) pusieron el acento en el corazón de la teoría comunista.
Durante la guerra civil alemana, de 1919 a 1923, los obreros más activos habían creado nuevas formas de organización, en particular lo que ellos denominaban “uniones”1, o a veces “consejos”, aunque la mayoría de los consejos obreros existentes eran reformistas. Pannekoek desarrolló la idea de que estas formas organizativas eran importantes, incluso vitales para el movimiento, como opuestas a la forma tradicional de partido. Fue entonces cuando el comunismo consejista atacó al comunismo de partido. Pannekoek continuó desarrollando este aspecto de modo más completo hasta que, acabada la Segunda Guerra Mundial, publicó Consejos Obreros, donde expone con detalle una ideología puramente consejista. La revolución queda reducida a un proceso democrático de masas, y el socialismo a la autogestión obrera, materializada en un sistema colectivo de contabilidad del tiempo de trabajo: en otras palabras, valor sin su forma dineraria. El problema es que, lejos de ser un simple instrumento de medida, el valor es la savia del capitalismo. En cuanto a los revolucionarios, divulgar la teoría, hacer circular información y dar cuenta de lo que hacen los obreros. Pero no deben organizarse de forma permanente en un grupo político, intentar trazar una estrategia ni actuar conforme a ella, pues podrían convertirse en los nuevos líderes obreros y, más tarde, en la nueva clase dirigente.
Del análisis de Rusia como un régimen de capitalismo de Estado, Pannekoek pasó al análisis de quienes actúan, en los países capitalistas, en calidad de representantes de los obreros desde dentro del capitalismo, y antes que nadie, los sindicatos.
Pannekoek conocía las formas de resistencia directa del proletariado contra el capital, y comprendió el triunfo de la contrarrevolución. Pero no interpretó correctamente el contexto general del movimiento comunista: su fundamento (transformación del trabajador en mercancía), su lucha (acción centralizada contra el Estado y el movimiento obrero existente) y su objetivo (creación de nuevas relaciones sociales en las que desaparezca cualquier forma de economía como tal). Desempeñó un importante papel en la reformulación del movimiento revolucionario. Nuestra tarea consiste en acotar los límites de su aportación para integrarla a continuación en una nueva formulación general de la teoría subversiva.
Bordiga (1889-1970) vivió en una situación diferente. Al igual que Pannekoek, que había combatido el reformismo antes de la guerra e incluso abandonó el partido socialista holandés para crear uno nuevo, Bordiga pertenecía a la izquierda de su partido. Pero no fue tan lejos como Pannekoek. En la época de la Primera Guerra Mundial, el partido italiano tenía ínfulas radicales, y no había posibilidad alguna de que se produjera una escisión. Incluso se oponía a la guerra, si bien de una forma más bien pasiva.
Cuando se fundó el Partido Comunista Italiano en 1921, éste rompió con el ala derecha del viejo partido y también con su sector centrista, lo cual desagradó a la Internacional Comunista. Bordiga era el dirigente del partido. Se negó a participar en las elecciones, no por una cuestión de principios, sino por razones tácticas. En ocasiones se puede recurrir a la actividad parlamentaria, pero nunca cuando la burguesía la utiliza para desviar a la clase obrera de la lucha de clases. Más tarde, Bordiga escribió que no se oponía a utilizar el Parlamento como tribuna cuando tuviera ocasión. Por ejemplo, al principio del período fascista era lógico intentar utilizarlo como tribuna. Pero en 1919, en pleno proceso revolucionario, cuando la insurrección y sus preparativos estaban a la orden del día, la participación en unas elecciones suponía convalidar las mentiras y conceptos erróneos burgueses sobre la posibilidad de un cambio por vía parlamentaria. Este era un asunto importante para Bordiga, a cuyo grupo, adscrito al partido socialista, se le había llamado “la facción abstencionista”. La Internacional Comunista discrepaba de esta línea. Al considerarlo una cuestión de táctica y no de estrategia, Bordiga decidió obedecer a la I. C., ya que creía que la disciplina era necesaria en un movimiento de aquellas características. Pero mantuvo su postura.
La táctica del frente único era otra manzana de la discordia. Bordiga pensaba que el hecho mismo de invitar a los partidos socialistas a la acción común crearía confusión entre las masas, y disimularía la oposición acérrima de estos contrarrevolucionarios al comunismo. Esto contribuiría, asimismo, a que en el seno de algunos partidos comunistas que no habían roto verdaderamente con el reformismo brotaran tendencias oportunistas.
Bordiga se oponía a la consigna de gobierno obrero, que no hacía más que crear confusión en la teoría y en la práctica. En su opinión, la dictadura del proletariado era un elemento necesario del programa revolucionario. Pero, a diferencia de Pannekoek, se negó a explicar estas posiciones como una degeneración del partido y del Estado rusos. Creía que la I. C. estaba equivocada, pero la consideraba comunista, a pesar de todo.
A diferencia de la I. C., Bordiga adoptó una postura clara con respecto al fascismo. No sólo consideraba al fascismo como una forma más de dominación burguesa, como la democracia; sino que creía que no se podía elegir entre ellas. Este asunto ha sido objeto de numerosos debates. Se suele distorsionar la postura de la izquierda italiana. Los historiadores consideraban con frecuencia a Bordiga responsable de la llegada de Mussolini al poder. Incluso se le ha acusado de indiferencia ante los sufrimientos infligidos al pueblo por el fascismo. Bajo la óptica de Bordiga, desde el punto de vista de la revolución no es cierto que el fascismo sea peor que la democracia, ni que la democracia cree mejores condiciones para la lucha de clases proletaria. Aun considerando a la democracia como un mal menor, sería estúpido e inútil apoyarla para evitar el fascismo: la experiencia italiana ( y más tarde, la alemana) demostraba que la democracia no sólo se había visto impotente para frenar al fascismo, sino que había recurrido a él para salvarse. Temerosa del proletariado, la democracia engendraba el fascismo. La única alternativa al fascismo era, por tanto, la dictadura del proletariado.
La izquierda – los trotskistas, por ejemplo – esgrimió posteriormente otro argumento para apoyar la política antifascista. El capital necesita del fascismo: ya no puede ser democrático. Por consiguiente, si luchamos por la democracia, estamos luchando en realidad por el socialismo. Así justificaron muchos izquierdistas su actitud durante la Segunda Guerra Mundial. Pero así como la democracia engendra al fascismo, el fascismo engendra la democracia. La historia ha demostrado que lo que Bordiga sostuvo en el plano teórico se ha materializado en la práctica: el capitalismo sustituye a uno por el otro; la democracia y el fascismo se van sucediendo el uno al otro. Ambas formas se entremezclan desde 1945.
Desde luego, la I. C. no podía tolerar la oposición de Bordiga, y entre 1923 y 1926 perdió el control del Partido Comunista Italiano2. Aunque no estaba completamente de acuerdo con Trotsky, se puso de su lado contra Stalin. En la reunión del Comité Ejecutivo de la I. C. celebrada en 1926, Bordiga arremetió contra los dirigentes rusos: esta fue probablemente la última vez que alguien atacó públicamente a la I. C. desde dentro a tan alto nivel. De cualquier modo, en este punto es importante constatar que Bordiga no calificó a Rusia de estado capitalista ni a la I. C. de organismo degenerado. No rompió realmente con el estalinismo hasta pasados unos años.
Bordiga estuvo en prisión desde 1926 hasta 1930, y durante la década de 1930 se alejó de la acción política del exilio, extremadamente activa. Aquellos años estuvieron dominados por el antifascismo y los frentes populares, que desembocaron en los preparativos para una nueva guerra mundial. La diminuta izquierda italiana en el exilio sostenía que la guerra que se avecinaba sólo podía ser imperialista. La lucha contra el fascismo por la vía del apoyo a la democracia era vista como la preparación material e ideológica para esa nueva guerra.
Una vez comenzada la guerra, quedaba poco espacio para la actividad comunista. Las izquierdas italiana y alemana adoptaron una postura internacionalista, mientras que el trotskismo decidió apoyar a las potencias aliadas contra el Eje. Para entonces, Bordiga aún se negaba a definir a Rusia como estado capitalista, pero nunca accedió – como sí hizo Trotsky – a apoyar a nadie que fuera aliado de la Unión Soviética. Nunca abogó por la defensa del “Estado Obrero”. Hay que tener en cuenta que cuando Rusia, junto con Alemania, invadió Polonia en 1939 y llevó a cabo su partición, Trotsky afirmó que aquello era positivo ¡porque orientaría las relaciones sociales en Polonia hacia el socialismo!
En 1943 Italia cambió de bando y nació la República, lo cual abrió una oportunidad para la acción. La izquierda italiana creó un partido. Estaba convencida de que el fin de la guerra acarrearía luchas de clases de naturaleza similar a las que se habían visto al final de la Primera Guerra Mundial. ¿De verdad pensaba así Bordiga? Al parecer, comprendió que la situación era completamente diferente. La clase obrera estaba ahora totalmente sometida al capital, que había conseguido enrolarla bajo la bandera de la democracia. En cuanto a los perdedores (Alemania y Japón), serían ocupados y controlados por los vencedores. Pero Bordiga no se enfrentó realmente al sector optimista de su grupo, y se atuvo a esta línea hasta su muerte. Tendía a mantenerse apartado de la actividad (y el activismo) de su “partido”, y se mostraba mucho más interesado en la comprensión y explicación de la teoría. De este modo contribuyó a despertar y perpetuar ilusiones que él rechazaba. Su partido perdió la mayor parte de sus militantes en pocos años. A finales de la década de 1940 la militancia era tan exigua como antes de la guerra.
La mayor parte de la obra de Bordiga fue de carácter teórico. Buena parte de ella giró en torno a Rusia. Bordiga demostró que Rusia era capitalista y que su capitalismo no difería en lo sustancial del occidental. La izquierda alemana (o ultra izquierda) se equivocó en este punto. Para Bordiga, lo importante no era la burocracia, sino las leyes económicas esenciales a las que la burocracia tenía que obedecer. Estas leyes eran las mismas que las descritas en El Capital: acumulación de valor, intercambio de mercancías, tasa de ganancia decreciente, etc. Aunque es cierto que la economía rusa no adoleció de superproducción, ello se debía a su retraso. Durante la Guerra Fría, cuando muchos comunistas consejistas presentaron a los regímenes burocráticos como un nuevo y posible modelo futuro de evolución capitalista, Bordiga previó que el dólar americano penetraría en Rusia y acabaría resquebrajando los muros del Kremlin.
La ultra izquierda creía que Rusia había cambiado las leyes básicas explicadas por Marx. Cargaba las tintas sobre el control de la economía por la burocracia, a lo que oponía la consigna de la autogestión obrera. Bordiga afirmó que no era necesario un nuevo programa; la autogestión obrera era un asunto secundario; los obreros sólo podrían gestionar la economía si se abolían las relaciones de mercado. Por supuesto, este debate trascendió los límites de un simple análisis de Rusia.
Esta concepción quedó clara a finales de la década de 1950. Bordiga escribió diversos estudios sobre algunos de los textos fundamentales de Marx. En 1960 dijo que la totalidad de la obra de Marx era una descripción del comunismo. Éste es, sin duda, el comentario más profundo que se haya hecho sobre Marx. Igual que Pannekoek había regresado al análisis del valor hacia 1930, Bordiga volvió a él treinta años después. Pero lo que Bordiga formuló fue una visión global del desarrollo y dinámica del intercambio desde su origen hasta su muerte con el comunismo.
Mientras tanto, Bordiga defendía aún su teoría del movimiento revolucionario, que contenía una interpretación errónea de la dinámica interna del proletariado. Bordiga creía que los obreros se unirían primeramente en el plano económico, y modificarían la naturaleza de los sindicatos, para llegar a continuación al plano político, gracias a la intervención de la vanguardia revolucionaria. Es fácil observar en este punto la influencia de Lenin. El pequeño partido de Bordiga entró en los sindicatos (es decir, los sindicatos controlados por los Partidos Comunistas) en Francia y en Italia, pero sin resultado alguno. Aunque lo desaprobaba en mayor o menor grado, nunca adoptó públicamente una postura contraria a tan desastrosa línea de acción.
Bordiga mantuvo vivo el núcleo de la teoría comunista, pero no consiguió desprenderse de las tesis de Lenin, esto es, de las tesis de la Segunda Internacional. Inevitablemente, su acción y sus ideas tenían que ser contradictorias. Pero no es difícil entender, con la perspectiva del tiempo, todo lo que de válido tenía – y tiene – el conjunto de su obra.
Pannekoek entendió y explicó la resistencia del proletariado frente a la contrarrevolución en el plano más inmediato. Vio a los sindicatos como un monopolio de capital variable, similar a los monopolios ordinarios que concentran capital constante. Describió la revolución como la toma de control de la vida por parte de las masas, en contraposición a la concepción productivista, jerárquica y nacionalista del “socialismo” estalinista y socialdemócrata (de la que participan en gran medida el trotskismo y, ahora, el maoísmo). Pero no entendió la naturaleza del capital, ni la naturaleza de la transformación que traería consigo el comunismo. En su forma extrema, según lo explicó Pannekoek al final de su vida, el comunismo consejista deviene un sistema organizativo en el que los consejos desempeñan la misma función que la que Lenin asigna al “partido”. Pero sería un grave error identificar a Pannekoek con su peor etapa. De cualquier forma, la teoría de la autogestión obrera no se puede aceptar, especialmente ahora que el capital propone, en su búsqueda de nuevas vías de integración de los trabajadores, la participación conjunta en la gestión de la producción.
Es aquí donde radica la importancia de Bordiga: para él, toda la obra de Marx tiene como objetivo describir el comunismo. El comunismo existe potencialmente dentro del proletariado. El proletariado es la negación de esta sociedad. Al final se sublevará contra la producción de mercancías por pura supervivencia, porque la producción de mercancías significa su destrucción, incluso física. La revolución no es una cuestión de conciencia, ni una cuestión de gestión. Esta visión distingue sobremanera a Bordiga de la Segunda Internacional, de Lenin y de la Internacional Comunista oficial. Pero nunca consiguió trazar una línea entre el presente y el pasado. Ahora podemos hacerlo.

Enero de 1973


NOTAS

1 En este contexto, la palabra alemana “unión” no tiene nada que ver con los sindicatos (que son llamados Gewerkschaften en alemán). De hecho, las “uniones” combatieron a los sindicatos.
2 Cuando aún tenía la mayoría, dimitió a favor de Gramsci, contrariando las normas.

20050719

Hace 30 años, la caída de Allende:Dictadura y democracia son las dos caras de la barbarie capitalista

El siguiente articulo fue tomado de la página de la Corriente Comunista Internacional (CCI, ver vínculo a organizaciones de izquierda comunista), organización que seguramente consideraria nuestra página como "confusionista" o "parasita". Pero pese al lugar de donde fue tomado el material no podemos negar la relevancia histórica de éste para el movimiento comunista internacionalista. Se trata de panfletos contemporáneos al golpe militar dado en Chile durante 1973, los que dejan en claro cual fue la naturaleza del gobierno social demócrata de S. Allende.

El 11 de septiembre de 1973, un golpe de Estado ­dirigido por el general Pinochet derribaba en un baño de sangre el gobierno de Unidad popular de Salvador Allende en Chile. La represión que se abatió sobre la clase obrera fue terrible: miles de personas (1), en su mayoría obreros, fueron asesinadas sistemáticamente, miles fueron encarceladas y torturadas. A esa barbarie espantosa hay que añadir varias centenas de miles de despedidos del trabajo (un obrero de cada diez durante el primer año de dictadura militar).
El orden reinante en Santiago (que se instauró gracias a la CIA (2)) no fue sino el del terror capitalista en su forma más caricaturesca. Con ocasión del derrocamiento del gobierno “socialista” de Allende, toda la burguesía “democrática” ha aprovechado la ocasión para intentar una vez más desviar a la clase obrera de su propio terreno de lucha. Una vez más,la clase dominante intenta hacer creer a los obreros que el único combate en el que deben comprometerse es el de la defensa del Estado democrático contra los regímenes dictatoriales dirigidos por bestias ­sanguinarias. Ese es el sentido de algunas campañas montadas por los medios que ponen en paralelo el golpe de Estado de Pinochet del 11 de septiembre de 1973 y el atentado contra las Torres gemelas en Nueva York (cf. el título del diario francés le Monde del 12/09/03: “Chile 1973: el otro 11 de septiembre”).
En ese coro unánime de todas las fuerzas ­democráticas burguesas, están en primera línealos partidos de izquierda y los tenderetes izquierdistas que participaron plenamente, junto al MIR (3) chileno en el alistamiento de la clase obrera tras la camarilla de Allende, entregándola así atada de pies y manos a las matanzas (4). Ante semejante mistificación, presentar a Allende como pionero del socialismo en Latinoamérica, les incumbe a los revolucionarios restablecer la verdad recordando las “gestas” de la democracia chilena. Pues los proletarios no deben olvidar que fue el ­“socialista” Allende quien mandó al ejército, “popular” sin duda, a reprimir las luchas obreras, permitiendo así después a la junta militar de Pinochet rematar la labor.Publicamos aquí un artículo adaptado de una hoja repartida a principios de noviembre de 1973 por World Revolution y la hoja repartida, tras el golpe de Estado, por Révolution internationale, o sea los grupos que iban a formar las secciones de la CCI en Gran Bretaña y en Francia.


Panfleto de World Revolution
(publicación de la CCI en Gran Bretaña)


En Chile como en Oriente Medio, el capitalismo ha mostrado una vez más que sus crisis se pagan con sangre de la clase obrera. Mientras la Junta asesinaba a trabajadores y a todos aquellos que se oponen a la ley del capital, la “izquierda” del mundo entero se unía en un mismo coro histérico y mentiroso. Resoluciones parlamentarias, lloriqueos de Casandra de los partidos de izquierda, furor de trotskistas gritando “Ya os lo habíamos dicho”, grandes manifestaciones, todo eso no ha sido sino lo mismo repetido machaconamente y muy bien preparado por la izquierda oficial y los izquierdistas. Su asociado chileno, el difunto gobierno de Unidad Popular de Allende fue el preparador de la matanza tras haber desarmado, material e ideológicamente, a los trabajadores chilenos durante tres años.
Considerando la coalición de Allende como la de la clase obrera, llamándola “socialista”, toda la “izquierda” lo ha hecho todo por ocultar o minimizar el papel verdadero de Allende, ayudando a perpetuar los mitos creados por el capitalismo de Estado en Chile.


La naturaleza capitalista del régimen de Allende
Toda la política de la Unión popular fue reforzar el capitalismo en Chile. Esa amplia fracción del capitalismo de Estado, apoyada en los sindicatos (que hoy son por todas partes órganos del capitalismo) y en sectores de la pequeña burguesía y de la tecnocracia estuvo repartida durante quince años en los partidos comunista y socialista. Con el nombre de Frente de trabajadores, FRAP o Unidad popular, esta fracción quería hacer competitivo el atrasado capital chileno en el mercado mundial. Esta política, apoyada en un fuerte sector estatal, era pura y simplemente capitalista. Pintar las relaciones capitalistas de producción con un barniz de nacionalizaciones bajo “control” obrero no cambia nada: las relaciones de producción capitalistas quedaron intactas bajo Allende, e incluso fueron reforzadas al máximo. En los lugares de producción de los sectores público y privado, los obreros tenían que seguir sudando para un patrón, seguir vendiendo siempre su fuerza de trabajo. Había que satisfacer el apetito insaciable de la acumulación de capital, agudizado por el subdesarrollo crónico de la economía chilena y una inmensa deuda externa, sobre todo en el sector minero (cobre) de donde el Estado chileno saca el 83 % de sus ingresos por importación.
Una vez nacionalizadas, las minas de cobre tenían que ser rentables. Sin embargo, desde el principio, la resistencia de los mineros vino a poner trabas a ese plan capitalista. En lugar de dar crédito a las consignas reaccionarias de la Unidad popular como “El trabajo voluntario es un deber revolucionario”, la clase obrera industrial de Chile, los mineros en particular, siguió luchando por el aumento de sueldos, rompiendo los ritmos con ausencias e interrupciones. Era la única manera de compensar la caída del poder adquisitivo de los años anteriores y la inflación galopante bajo el nuevo régimen que había alcanzado 300 % por año antes del golpe de Estado.
La resistencia de la clase obrera a Allende se inició en 1970. En diciembre de ese año, 4000 mineros de Chuquicamata se pusieron en huelga exigiendo aumentos de sueldo. En julio de 1971, 10 000 mineros de carbón se pu­sie­ron en huelga en la mina de Lota Schwager. Las huelgas se extendieron en la misma época por las minas de El Salvador, El Teniente, Cuchicamata, La Exótica y Río Blanco, exigiendo aumentos de sueldo.

Allende desencadena la represión contra los obreros
La respuesta de Allende fue típicamente capitalista, una de cal y otra de arena: alternativamente calumniaba y halagaba a los trabajadores. En noviembre de 1970 vino Castro a Chile para reforzar las medidas antiobreras de Allende. Castro recriminó a los mineros, tratándolos de agitadores y “demagogos”; en la mina de Chuquicamata, declaró que “cien toneladas de menos por día significa una pérdida de 36 millones de $ por año”.
El cobre es la principal fuente de divisas de Chile, pero las minas solo son el 11% del producto nacional bruto y sólo emplean al 4% de la fuerza de trabajo, o sea unos 60 000 mineros. En todo caso, la importancia numérica de ese sector de la clase obrera no tiene nada que ver con el peso que los mineros representan en la economía nacional. Poco numerosos, pero muy poderosos y conscientes de serlo, los mineros obtuvieron del Estado la escala móvil de salarios y dieron la señal de la ofensiva sobre los salarios que surgió en toda las la clase obrera chilena en 1971. Toda la prensa burguesa estaba de acuerdo en decir que “la vía chilena al socialismo” era una forma de “socialismo” que ha fracasado. Los estalinistas y los trotskistas, con sus diferencias, han estado de acuerdo con ese “socialismo”. Los trotskistas otorgaron un “apoyo crítico” al capitalismo de Allende. Los anarquistas no se han quedado atrás: “La única salida de Allende hubiera sido llamar a la clase obrera a tomar el poder para sí misma y adelantarse así al golpe de Estado inevitable” escribía Libertarian Struggle en octubre [de 1973]. Así, Allende no sólo era “marxista”, sino también una especie de Bakunin malogrado. Pero lo tragicómico del caso es imaginarse que un gobierno capitalista pueda un día ¡llamar a los obreros a destruir el capitalismo!
En mayo-junio de 1972, los mineros volvieron a movilizarse: 20 000 se pusieron en huelga en las minas de El Teniente y Chuquicamata. Los mineros de El Teniente reivindicaron una subida de salarios de 40 %. Allende puso las provincias de O’Higgins y de Santiago bajo control militar, pues la parálisis de El Teniente “estaba amenazando seriamente la economía”. Los ejecutivos “marxistas” de la Unión popular expulsaron a los trabajadores y en su lugar pusieron a esquiroles. Quinientos carabineros atacaron a los obreros con gases lacrimógenos e hidrocañones. Cuatro mil mineros hicieron una marcha a Santiago para manifestarse el 11 de junio, la policía se les echó encima sin contemplaciones. El gobierno trató a los mineros de “agentes del fascismo”. El PC organizó desfiles en Santiago contra los mineros, llamando al gobierno a dar prueba de firmeza. El MIR, “oposición leal” extraparlamentaria a Allende, criticó el uso de la fuerza y tomó partido por la “persuasión”. Allende nombró un nuevo ministro de Minas en agosto de 1973: al general Ronaldo González, director de munición del Ejército.
El mismo mes, Allende alertó a las unidades armadas en las 25 provincias del país. Era una medida contra la huelga de los camioneros, pero también contra algunos sectores obreros que estaban en huelga, en obras públicas y en transportes urbanos. Durante los últimos meses del régimen de Allende, la política cotidiana fueron los ataques generalizados y los asesinatos contra los trabajadores y los habitantes de las chabolas por parte de la policía, el ejército y los fascistas.
A partir de ese momento, el caballo de Troya del capitalismo, o sea la Unidad popular, intentó reforzar su electorado en toda clase de “comités populares” jerarquizados, como los 20 000 que existían en 1970, en esas “juntas de abastecimiento y de precios” (JAP) y finalmente en los cordones industriales tan ensalzados que los anarquistas y trotskistas presentaban como “soviets” o comités de fábrica. Es cierto que los cordones eran en su gran mayoría la obra espontánea de los trabajadores, al igual que muchas ocupaciones de fábricas, pero acabaron siendo recuperados por el aparato político de la Unidad popular. Como un periódico trotskista debía admitirlo: “en septiembre de 1973 surgieron esos cordones en todas las barriadas industriales de Santiago y los partidos políticos de izquierda animaban a su instauración por todo el país” (Red Weekly, 5 de octubre de 1973).
Los cordones no estaban armados y no tenían ninguna independencia respecto a las redes sindicales de la Unidad Popular, de los comités locales de la policía secreta, etc. Su independencia sólo habría podido afirmarse si los trabajadores hubieran empezado a organizarse separadamente y contra el aparato de Allende. Eso habría significado abrir una lucha de clases contra la Unidad popular, contra el ejército y el resto de la burguesía.
En diciembre de 1971, Allende ya había dejado hacer a Pinochet, uno de los nuevos dictadores de Chile. En octubre de 1972, el ejército (el querido “ejército popular” de Allende) fue llamado a participar en el gobierno. Allende reconocía así la incapacidad de la coalición gubernamental para dominar a la clase obrera. Lo había intentado y había fracasado. El ejército debía seguir con la labor sin adornos parlamentarios. Peor todavía, la Unidad popular había permitido el desarme de los trabajadores ideológicamente: esto facilitó la tarea de los asesinos del 11 de septiembre [de 1973].

La izquierda y la extrema izquierda engañan a los obreros
En realidad, Allende alcanzó el poder en 1970 para salvar la democracia burguesa en un Chile en crisis. Tras haber reforzado el sector estatal para rentabilizar la economía chilena en crisis, tras haber embaucado a una gran parte de la clase obrera con una fraseología “socialista” (lo cual era imposible a los demás partidos burgueses) su función había terminado. La conclusión lógica de esta evolución, o sea un capitalismo totalmente controlado por el Estado, no era posible en Chile, pues seguía perteneciendo a la esfera de influencia del imperialismo estadounidense y debía comerciar en un mercado mundial hostil dominado por ese imperialismo. La “izquierda” y todos los liberales, humanistas, charlatanes y tecnócratas prorrumpieron en lamentos por la caída de Allende. Aplaudieron la mentira del “socialismo” de Allende para embaucar a la clase obrera. Ya en septiembre de 1973, en Helsinki, los socialdemócratas de todo color, representantes de 50 naciones, se reunieron para “derrocar” a la junta chilena. Volvieron a sacar a relucir las carcomidas consignas del antifascismo para desviar de la lucha de clases, para ocultar a los proletarios que no tienen nada que ganar luchando y muriendo por una causa burguesa o “democrática”.
En Francia, Mitterrand y el “Programa común de la izquierda”, todos los curas progresistas y demás ralea burguesa se han puesto a entonar la copla antifascista. Con el pretexto del “antifascismo” y de apoyo a la Unidad Popular, los diferentes sectores de la clase dirigente intentarán movilizar a los trabajadores para sus remiendos parlamentarios.
Frente a esta nueva “brigada internacional” de la burguesía, la clase obrera no puede sino mostrar desprecio y hostilidad.
Las fracciones de la “extrema izquierda” del capitalismo de Estado han tocado en este concierto la misma flauta que el MIR en el de Allende. Pero, sutiles como ellos son, su apoyo era “crítico”. Sin embargo, la cuestión no es “parlamento contra lucha armada”, sino capitalismo contra comunismo, antagonismo entre la burguesía del mundo entero y trabajadores del mundo entero.
Los proletarios sólo tienen un programa: abolición de fronteras, abolición del Estado y del parlamento, eliminación del trabajo asalariado y de la producción mercantil por los productores mismos, liberación de la humanidad entera mediante la victoria de los consejos obreros revolucionarios. Otro programa solo será el de la barbarie y la engañifa de la “vía chilena al socialismo”.

Panfleto de Révolution internationale
(publicación de la CCI en Francia)

¡Abajo la “vía chilena” a la masacre!
La chusma militar está asesinando a los obreros de Chile a cientos. Casa por casa, fábrica por fábrica, persiguen a los proletarios, los detienen, los torturan, los humillan, los matan. Reina el orden. El orden del capital, o sea, la BARBARIE.
Lo más horrible, lo más desesperante todavía, es que los trabajadores están acorralados, quieran o no quieran entrar en un combate en el que ya están derrotados de antemano, sin ninguna perspectiva, sin que en ningún momento puedan tener la convicción de arriesgar su vida por sus propios intereses.
La “izquierda” toca a rebato ante la matanza. ¡Pero si ha sido el gobierno de Unidad Popular el que ha llamado al poder a esa horda armada! Lo que la “izquierda” se calla cuidadosamente es que hace diez días, todavía gobernaba con esos mismos asesinos a los que ella calificaba de “Ejército Popular”. A esos criminales, a esos torturadores los saludaba abrazándolos en el mismo momento en que YA habían empezado a detener a obreros, a entrar en las fábricas.
Algo debe quedar claro. Desde hace tres años de gobierno de izquierdas, NUNCA han cesado los obreros de ser engañados, explotados, reprimidos. Ha sido la “izquierda” la que ha organizado la explotación. Ha sido ella la que ha reprimido a los mineros en huelga, a los obreros agrícolas, a los hambrientos de los barrios pobres. Fue ella la que denunció a los trabajadores en lucha tildándolos de “provocadores”, fue ella la que llamó a los militares al gobierno.
La Unidad Popular no ha sido nunca otra cosa que una manera particular de mantener el orden engañando a los trabajadores. Frente a la crisis que se profundiza a escala mundial, el capital chileno, en gran dificultad, antes de superarla, tenía primero, que someter al proletariado, reducir su capacidad de resistencia. Para ello, tenía que actuar en dos tiempos. Primero embaucarlo. Una vez cumplido el engaño, han alistado a los trabajadores tras las banderas burguesas de la “democracia”, o sea con los pies y las manos atadas ante el paredón.
La izquierda y la derecha de Chile, como en otras partes, no son sino las dos vertientes de la misma política del capital: aplastar a la clase obrera.

Utilizan los cadáveres de los obreros de Chile para embaucar a los de Francia
La izquierda y los izquierdistas no se contentan con llevar a los obreros a la escabechina. Además, aquí en Francia, tienen la desvergüenza de usar los cadáveres de los proletarios chilenos para organizar una engañifa a gran escala: ni esperan a que seque la sangre para llamar a los obreros a manifestarse, a cesar el trabajo para defender la “democracia” contra los militares. Así, Marchais, Mitterrand, Krivine y compañía se preparan a hacer el mismo papel que Allende, el PC y el MIR izquierdista en Chile. Pues en Francia, como en todas partes, con la profundización de la crisis, se les planteará el problema de doblegar al proletariado.
Al organizar la engañifa “democrática” sobre Chile, la izquierda se está preparando ya a llevar a cabo la operación de alistar a los obreros tras los estandartes de las “nacionalizaciones”, “la república” y otras zarandajas, para dejarlos clavados en un terreno que no es el suyo y dejarlos listos para el aplastamiento. Y al negarse a denunciar a la izquierda por lo que ésta es, los izquierdistas se ponen, también ellos, en el campo del capital.

La lección
En Chile, la crisis ha golpeado antes y más rápidamente que en otros sitios. Y antes de que el proletariado haya entablado su propio combate, las fuerza de izquierda, ese caballo de Troya de la burguesía en medio de los trabajadores, se las han arreglado para amordazarlo e impedirle aparecer como fuerza independiente en su propio terreno, con su programa, que no es el de ninguna reforma “democrática” o estatal del capital, sino la revolución social.
Todos aquellos que, como los trotskistas, han aportado el menor apoyo a esa esterilización de la clase obrera, apoyando, aunque fuera haciendo ascos y de manera “crítica”, a esas fuerzas, también tienen su responsabilidad en la masacre. Esos mismos trotskistas en Francia dan la prueba de que están del mismo lado de la barricada que la fracción de izquierdas del capital, pues se dedican a polemizar con ésta sobre los medios “tácticos” y militares para llegar al poder y reprochan a Allende el no haber alistado mejor a los obreros.
Desde Francia en 1936 hasta Chile hoy, pasando por la guerra de España, por Bolivia o Argentina, es la misma lección de siempre la que hay que sacar.
El proletariado no puede establecer ninguna alianza, formar ningún frente con las fuerzas del capital, por mucho que se pongan los adornos de la “libertad” o del socialismo. Cualquier fuerza que contribuya, por muy débilmente que sea, a vincular a los obreros a una cualquiera de las fracciones de la clase capitalista, está del lado de ésta. Cualquier fuerza que mantenga la menor ilusión sobre la izquierda del capital es un eslabón de una única cadena que lleva inevitablemente a la matanza de obreros.
Una sola unidad: la de todos los proletarios del mundo. Una sola línea de conducta: la autonomía total de las fuerzas obreras. Una sola bandera: la destrucción del Estado burgués y la extensión internacional de la revolución. Un solo programa: la abolición de la esclavitud asalariada.
Aquellos que tengan tendencia a dejarse embaucar por las bellas palabras, por los discursos vacuos sobre la “república”, las coplas empalagosas sobre la “Unidad Popular” lo mejor que pueden hacer es mirar bien el cuadro de horrores que es hoy Chile.
Con la profundización de la crisis sólo hay una alternativa: o reanudación revolucionaria o aplastamiento del proletariado.

NOTAS

1) Las cifras oficiales son de 3000 muertos pero las asociaciones de ayuda a las víctimas hablan de más de 10 000 muertos y desparecidos.
2) Debe decirse que Estados Unidos no fue el único país en dar apoyo a las bestias uniformadas de Sudamérica. Así, la junta que tomó el poder en Argentina algún tiempo después y que mató a 30 000 personas, cooperó activamente con la de Chile en el marco de la “operación Cóndor” para asesinar a oponentes, operación que tuvo el apoyo “técnico” de expertos militares franceses que les enseñaron una maestría adquirida durante la Guerra de Argelia en las artes y ciencias de la tortura y otros conocimientos para la lucha contra la “subversión”.
3) MIR: Movimiento de la izquierda revolucionaria.4) Ver Révolution internationale nouvelle-série nº 5, 1973,

20050718

CRITICA DE LA CRITICA PUBLICADA EN ECHANGES SOBRE EL LIBRO "DOCUMENTACION HISTORICA DEL TROSQUISMO ESPAÑOL 1936-1948".


A continuación publicamos la respuesta del director de BALANCE (España, http://es.geocities.com/hbalance2000/) a la crítica realizada por el periodico francés echanges (buscar en nuestro vínculo de organizaciones de izquierda comunista) al libro de documentación histórica sobre el devenir del trosquismo en España (lo que nos parece más correcto que decir "español"). Creemos que el interes de esta crítica de una crítica radica en la claridad con que se pone en su lugar al dogmatismo ideológico de izquierdas, oponiendolo al dinamismo del devenir material de la lucha revolucionaria, que se agita tanto como el fuego de la revuelta, que rompe con los ismos que transforman a la teoria revolucionaria en catecismo y religión.
Para cerrar esta breve presentación, recomendamos buscar información sobre la figura de Munis, miltante asociado al troskismo a la vez que protagonista de las rupturas que conocerá el movimiento comunista en vias de su afirmación anti burguesa (vea: http://www.mmoya.com/politica/titulos/rusia/index.html).

Para realizar la crítica de un libro es necesario cumplir estos tres puntos: 1: leer el libro, 2.- comprenderlo, 3.- criticar el libro (y no otra cosa). ESTOS REQUISITOS MINIMOS QUE PARECEN OBVIOS NO SE CUMPLEN EN LA CRITICA DE JPV, publicada en Echanges nº 85.
JPV está muy preocupado por las etiquetas y sería un empleado muy productivo en una fábrica de conservas, pero todos sus esquemas le saltan por los aires ante un libro como "Doc. Hist." que trata de trosquistas que dejaron de serlo porque su evolución personal y política les llevó a romper con la ideología del trosquismo oficial de la IV Internacional, y a fundar unos años después un nuevo grupo político: Fomento Obrero Revolucionario (FOR).
La lectura de "Doc. hist." es para JPV sólo una excusa para realizar una crítica ramplona del trosquismo, que además no viene a cuento. NOS ENCONTRAMOS ANTE EL ABSURDO DE UN LIBRO QUE RECOGE DOCUMENTOS QUE CRITICAN EL TROSQUISMO CON UNA GRAN RIGOR Y PROFUNDIDAD que es criticado por JPV como un libro que defiende las peores lacras de la ideología trosquista. Es incomprensible, y no encuentra más explicación que la rápida, tosca y muy desatenta lectura de JPV, que no se ha tomado la molestia de leer, por ejemplo, "El manifiesto de los exégetas" de Péret, o bien, "Los revolucionarios ante Rusia y el stalinismo mundial" de "Munis". Estos textos, entre otros, reproducidos en "Doc. hist.", son una crítica demoledora del trosquismo. ¿A qué viene pues la crítica del trosquismo realizada por JPV, si en el libro que critica YA se hace, y mejor, esa crítica?: no nos queda sino concluir que JPV ni ha leido todo el libro, ni lo ha comprendido, ni lo critica por lo que en él se dice. Por otra parte no puede descalificarse el trosquismo sin más razones que el sectarismo ahistórico de JPV. Entre la descalificación sectaria de JPV y el debate teórico y político de "Munis" con la Cuarta Internacional existe un abismo: la distancia que separa la sinrazón de la dialéctica, la diferencia que existe entre el método de análisis de la taxidermia y el del marxismo.

Pero JPV dice aún más cosas. Cosas que ya no afectan al libro en sí, sino que parecen el informe de un confidente a sueldo de la policía. Relaciona Balance con Alarma y con El Esclavo Asalariado. No sé qué pedestres razones llevan a JPV a situar en el mismo plano UNA REVISTA DE HISTORIA como Balance, con revistas de carácter teórico y político. Ignoro que relación puede darse entre Alarma, que hace unos ocho años que no se publica, y Balance, cuyo primer número salió hace cinco años; pero eso para JPV son detalles sin importancia: SE TRATA DE ACUMULAR UN DISPARATE TRAS OTRO. Debo decir que tampoco existe ninguna relación entre Balance y El Esclavo Asalariado. En el libro "Doc. hist." se da a título informativo un apartado al que pueden pedirse textos de "Munis", que no se encuentran en librerías. Del mismo modo que se da el apartado de Cahiers Leon Trotsky, por los interesantes artículos sobre el trosquismo en España que ha publicado; del mismo modo que se da el de la revista Quaderni del Centro Studi Pietro Tresso, por los números publicados sobre Virginia Gervasini y "Fosco", militantes del Grupo BL "Le Soviet", o del mismo modo que se da la sigla bibliográfica del Archivo Nacional de Madrid sobre el proceso de la República contra "Munis" y la Sección BL de España (SBLE).
Pero el etiquetador conduce su sectarismo por los caminos del absurdo hasta alcanzar cimas insuperables. JPV dice que Balance es una revista bordiguista, y algunas líneas después afirma que es una revista en competencia con Alarma y El Esclavo Asalariado, con las que comparte la ideología de FOR y "Munis". En qué quedamos: ¿BALANCE ES UNA REVISTA BORDIGUISTA O UNA REVISTA PRO FOR?. ¿O es que JPV confunde GROSERAMENTE las posiciones bordiguistas y las de FOR? No estoy muy seguro que diferencie a FOR del trosquismo. JPV no comprende nada de nada desde su óptica de etiquetador, y como le sobran etiquetas opta por colocarlas una encima de otra: en el mismo pote de conservas mete la etiqueta de melocotón en almíbar y la de salsa de tomate. Pero se equivoca: Balance es una revista de historia del movimiento obrero internacional y revolucionario, y ha publicado estudios sobre Los Amigos de Durruti, la intervención de los bordiguistas en la guerra civil española, una cronología de Bordiga y textos de diversos militantes del POUM, de "Munis" y de "Fosco". No es una revista bordiguista, ni munista, ni durrutista, aunque está interesada en estudiar y dar a conocer el pensamiento de Bordiga, de "Munis", de la Agrupación de Los Amigos de Durruti (Jaime Balius), de militantes del POUM críticos con la actuación de su partido durante la guerra civil, de consejistas como Gorter, Pannekoek, Mattick, etc... Balance no es una revista sectaria, y por ello no pone ni se pone etiquetas. Balance se interesa por todas las fracciones del movimiento obrero revolucionario, y sobre todo por la EVOLUCION DE LA ACCION Y EL PENSAMIENTO POLITICO DE AQUELLAS MINORIAS QUE, PARTIENDO DE IDEOLOGIAS CONSOLIDADAS Y/O ESCLEROTIZADAS, REALIZAN UNA LABOR CRITICA Y CONQUISTAN NUEVAS POSICIONES TEORICAS Y POLITICAS MAS FIRMES Y ADECUADAS A LA REALIDAD SOCIAL E HISTORICA. Un ejemplo de esto lo tenemos en Los Amigos de Durruti y en la evolución política de Munis-Péret-Natalia Sedova. La evolución, el cambio, la conquista de nuevas posiciones teóricas y políticas, la crítica de ideologías consolidadas y esclerotizadas... todo esto, felizmente, no tiene nada que ver con la visión de quien sólo busca colocar etiquetas, clasificar, coleccionar mariposas muertas firmemente clavadas con agujas en una cajita... Dejo a JPV la labor del taxidermista, a mí no me interesa.
JPV apunta la cuestión del partido y de su necesidad en la Revolución Española de 1936, aunque de una forma extremadamente sectaria. Yerra cuando opone la divisa "la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los propios trabajadores" a la necesidad del partido. Yerra de nuevo cuando atribuye sólo a los trosquistas la importancia concedida a la vanguardia en la dirección de un movimiento revolucionario, porque es una característica de todos los marxistas (excepto los consejistas). Y si hubiera leido "Doc. hist." sabría que lo fue también de los anarquistas que fundaron la Agrupación de Los Amigos de Durruti [véase "La Agrupación de Los Amigos de Durruti" Balance núm. 3, del que existe traducción al inglés]. El problema es demasiado complejo e importante para resolverlo de forma tan sectaria, zafia y deficiente como lo hace JPV.
Si JPV hubiese leido el libro sabría que no existe nadie llamado Georges Munis, como cita en su artículo. Sabría que "G. MUNIS" (nunca Georges Munis) fue el seudónimo de Manuel Fernández-Grandizo Martínez. Y se habría enterado de muchas cosas más. Pero dejemos a JPV con su método taxidermista y con su ignorancia supina, porque al lector de Echanges puede interesarle más saber qué es y qué temas son tratados en "Doc. hist.". El libro es ante todo una selección de documentos históricos del trosquismo español desde 1936 hasta 1948, expuestos en orden cronológico, y tiene por objetivo poner al alcance del lector una documentación inédita o desconocida, cuya localización dispersa en archivos y bibliotecas de todo el mundo la convierten en inasequible. La selección efectuada permite un conocimiento bastante exahustivo de las posiciones políticas de los bolcheviques-leninistas españoles durante la guerra civil y los años cuarenta, esto es, durante el período en que éstos militaron en el movimiento trosquista hasta su ruptura con la mayoría del trosquismo oficial en el Segundo Congreso de la Cuarta Internacional, reunido en París en abril de 1948.
Los documentos seleccionados son de un gran interés para la historia del pensamiento político, porque descubren la existencia de un pensamiento marxista español de una gran originalidad, que hasta hoy es casi totalmente desconocido. Y cuando hablamos de pensamiento marxista ESPAÑOL, nos referimos no tanto a la nacionalidad de su principales teóricos (el mexicano Munis y el francés Benjamín Péret) y militantes, cuanto al constante análisis, defensa, reflexión y teorización de la experiencia revolucionaria del proletariado ESPAÑOL durante la guerra civil de 1936-1939.
Por lo tanto podemos afirmar que "Doc. hist." es un libro sobre "trosquistas" que dejaron de serlo porque rompieron con el trosquismo oficial; y sin duda sobre trosquistas "españoles", que merecían tal apelativo porque fundamentaban su pensamiento en la crítica y teorización de la Revolución Española, y su acción en el regreso a España para luchar contra la dictadura franquista y por la revolución socialista.
La documentación recogida trata, entre otros, los siguientes temas: 1.- La ausencia de un partido revolucionario y la naturaleza del proceso revolucionario iniciado el 19 de Julio de 1936. 2.- La represión y tortura a que fueron sometidos los trosquistas por el estalinismo, en el proceso de tipo moscovita incoado por la República de Negrín contra la SBLE.
3.- El carácter contrarrevolucionario (no reformista, sino reaccionario) del estalinismo, tanto a nivel nacional como internacional, consecuente con la defensa del modelo económico y social del capitalismo de Estado ruso. 4.- La evolución teórica y programática de la Cuarta Internacional después (e incluso antes) de la muerte de Trotsky. Evolución que, según Munis, equivalía a la conversión del trosquismo oficial de la Cuarta Internacional en un apéndice izquierdista del estalinismo, y planteaba por lo tanto la necesidad de una ruptura política y organizativa. 5.- El laborioso proceso de elaboración de posiciones críticas rigurosas respecto al trosquismo, dirigido por Munis, Benjamín Péret y Natalia Sedova (la viuda de Trotsky). Proceso fundamentado en: a) la teorización de la Revolución Española; b) la crítica de la economía y la sociedad instaurada en Rusia y la comprensión de la naturaleza del estalinismo; c) la ruptura con el trosquismo oficial, en particular sobre la política trosquista de defensa incondicional del "Estado obrero degenerado" ruso, y sobre todo respecto a las posiciones oportunistas adoptadas por algunas secciones nacionales de la Cuarta Internacional durante la segunda guerra mundial.
Los documentos recogidos en el libro "Doc. hist." no son ni pueden sustituir un estudio riguroso de la historia del trosquismo español desde 1936 hasta 1948; estudio para el que serían además necesarios otros instrumentos suplementarios, como por ejemplo una edición de las Obras Completas de Munis, en las que estamos trabajando, y en las que hay ya un editor interesado.
El pensamiento político de "Munis", militante siempre fiel al combate de su clase, evolucionó y se desarrolló desde su ruptura con la IV Internacional en 1948 [y no recogida por lo tanto en el libro "DOC. HIST."], con el concurso de otros militantes como Benjamín Péret, y fue ante todo la ideología de una organización política (FOR). Y es un punto de referencia insustituible para el marxismo revolucionario, por sus críticas rigurosas y originales: sus análisis sobre el sindicalismo y el estalinismo, realizados siempre a contracorriente, son extraordinariamente interesantes y lúcidos.
En la pág. 172 de "Doc. Hist." tenemos un ejemplo de esa extrordinaria lucidez de "Munis", cuando en un artículo, fechado el 5 de febrero de 1938, hace el análisis de la integración de las organizaciones obreras (CNT, POUM) en el aparato de Estado capitalista, para que sirvan ellas mismas de elemento represivo, así como de la necesidad histórica y política de esa integración en ausencia de una burguesía propiamente dicha en la España republicana. Hubiéramos preferido que la crítica de Echanges fuera de un nivel suficientemente elevado como para destacar la importancia de esta tesis de "Munis" (y de otras muchas más que sería prolífico detallar aquí) y las razones de su aparición tan temprana (1938); y no tener que rebajar el nivel del debate al de las etiquetas y las pesquisas policíacas. Hubiéramos preferido que Echanges destacara, por ejemplo, la desmitificación que se hace de Julián Grimau, mártir estalinista fusilado por los franquistas, que en 1938 encarceló, torturó, obtuvo confesiones y fabricó pruebas falsas en el juicio "de tipo moscovita" que la República estalinista de Negrín montó contra los militantes de la SBLE "Munis", Jaime Fernádez, "Adolfo Carlini" y otros. Pero Echanges pierde esa ocasión, y publica un bodrio de alguien que pontifica imprudentemente sobre el cielo y la tierra, sin haber leido el libro ni conocer la realidad barcelonesa de hoy, y que no hubiera merecido respuesta alguna si no se hubiera publicado en vuestra revista.
Es ridículo criticar como trosquistas a quienes han roto en 1948 con el trosquismo tras un largo y riguroso debate de posiciones políticas. Ni "Munis", ni Péret, ni Natalia, fueron trosquistas desde 1944-1948. FOR, fundado en 1958, no fue nunca trosquista. El libro "Doc. hist." constituye, en el triste y paupérrimo panorama de publicaciones españolas sobre el movimiento obrero, una notable excepción y un considerable esfuerzo, que no merece la sectaria y absurda crítica aparecida en el número 85 de Echanges. Les adjunto la reseña de "Doc. Hist." publicada por Etcétera, que puede servirles de ayuda para valorar adecuadamente el libro SI SE LEE Y COMPRENDE en su totalidad.

Agustín Guillamón. Secretario del "Comité de documentación histórica del trosquismo español 1936-1948". Director de Balance.
Apartado de correos 22.010 - 08080 Barcelona.
Barcelona, a 28 de enero de 1998.
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Nota: Echanges no publicó ni respondió nunca a esta carta.