El siguiente apunte aparece en las páginas finales del libro “Declive y resurgimiento de la perspectiva comunista” de Gilles Dauvé y François Martin. El texto ha sido tomado de la edición española del 2003 (Ediciones Espartaco Internacional).
Hace apenas unos años, pocos habían oído hablar de Pannekoek (1873-1960). Sus ideas y su proceder empiezan a ser objeto de atención porque en la actualidad se están reproduciendo las condiciones de su época – pero con diferencias sustanciales que nos obligan a corregir sus puntos de vista.
Aunque Pannekoek era holandés, la mayor parte de su actividad tuvo lugar en Alemania. Fue uno de los pocos socialistas de los países desarrollados que mantuvo viva la tradición revolucionaria anterior a 1914. Pero sólo adoptó posturas radicales durante y después de la guerra. Su obra de 1920 Revolución mundial y táctica comunista es una de las mejores obras de aquella época. Pannekoek comprendió que el fracaso de la Segunda Internacional no era achacable a su estrategia, sino que la propia estrategia hundía sus raíces en la función y la forma de la Segunda Internacional. La Internacional estaba adaptada a una fase concreta del capitalismo en la que los trabajadores exigían reformas económicas y políticas. Para hacer la revolución, el proletariado tenía que crear órganos de otro tipo que permitieran superar la vieja dicotomía partido / sindicato. Pannekoek no pudo evitar un enfrentamiento con la Internacional Comunista en torno a este asunto. En primer lugar, porque los rusos nunca habían entendido del todo la naturaleza de la vieja Internacional, y eran partidarios de organizar a los obreros desde arriba, sin apercibirse del vínculo entre la “conciencia socialista” de Kautsky introducida en las masas, y la postura contrarrevolucionaria de Kautsky; en segundo lugar, porque el Estado ruso deseaba contar con partidos de masas en Europa capaces de ejercer presión sobre sus gobiernos para que llegaran a acuerdos con Rusia. Pannekoek era partidario del núcleo comunista auténtico existente en Alemania. Pronto fue derrotado dicho núcleo y aparecieron diversos grandes partidos comunistas en Occidente. La izquierda comunista quedó reducida a pequeños grupúsculos divididos en diferentes facciones.
A principios de la década de 1930, Pannekoek y otros intentaron definir el comunismo. Ya a principios de la década anterior habían denunciado el carácter capitalista de Rusia. Ahora volvían al análisis del valor realizado por Marx. Sostenían que el capitalismo es producción para la acumulación de valor, mientras que el comunismo es producción para el valor de uso, para la satisfacción de las necesidades sociales.
Pero debe existir alguna forma de planificación: sin la intervención del dinero, la sociedad tendrá que organizar un riguroso sistema de contabilidad, a fin de llevar la cuenta de la cantidad de tiempo de trabajo contenida en cada mercancía producida. Una contabilidad exacta evitará que nada se
desaproveche. Pannekoek y sus amigos tenían razón al volver al valor y sus implicaciones. Pero se equivocaron al buscar un sistema racional de contabilidad en el tiempo de trabajo. Lo que proponen, en realidad, es que impere el valor (puesto que el valor no es más que la cantidad del tiempo de trabajo social necesario para producir una mercancía) sin la intervención del dinero. Cabe añadir que Marx atacó esta idea en 1857, al principio del Grundrisse. Pero al menos las izquierdas comunistas alemana (y holandesa) pusieron el acento en el corazón de la teoría comunista.
Durante la guerra civil alemana, de 1919 a 1923, los obreros más activos habían creado nuevas formas de organización, en particular lo que ellos denominaban “uniones”1, o a veces “consejos”, aunque la mayoría de los consejos obreros existentes eran reformistas. Pannekoek desarrolló la idea de que estas formas organizativas eran importantes, incluso vitales para el movimiento, como opuestas a la forma tradicional de partido. Fue entonces cuando el comunismo consejista atacó al comunismo de partido. Pannekoek continuó desarrollando este aspecto de modo más completo hasta que, acabada la Segunda Guerra Mundial, publicó Consejos Obreros, donde expone con detalle una ideología puramente consejista. La revolución queda reducida a un proceso democrático de masas, y el socialismo a la autogestión obrera, materializada en un sistema colectivo de contabilidad del tiempo de trabajo: en otras palabras, valor sin su forma dineraria. El problema es que, lejos de ser un simple instrumento de medida, el valor es la savia del capitalismo. En cuanto a los revolucionarios, divulgar la teoría, hacer circular información y dar cuenta de lo que hacen los obreros. Pero no deben organizarse de forma permanente en un grupo político, intentar trazar una estrategia ni actuar conforme a ella, pues podrían convertirse en los nuevos líderes obreros y, más tarde, en la nueva clase dirigente.
Del análisis de Rusia como un régimen de capitalismo de Estado, Pannekoek pasó al análisis de quienes actúan, en los países capitalistas, en calidad de representantes de los obreros desde dentro del capitalismo, y antes que nadie, los sindicatos.
Pannekoek conocía las formas de resistencia directa del proletariado contra el capital, y comprendió el triunfo de la contrarrevolución. Pero no interpretó correctamente el contexto general del movimiento comunista: su fundamento (transformación del trabajador en mercancía), su lucha (acción centralizada contra el Estado y el movimiento obrero existente) y su objetivo (creación de nuevas relaciones sociales en las que desaparezca cualquier forma de economía como tal). Desempeñó un importante papel en la reformulación del movimiento revolucionario. Nuestra tarea consiste en acotar los límites de su aportación para integrarla a continuación en una nueva formulación general de la teoría subversiva.
Bordiga (1889-1970) vivió en una situación diferente. Al igual que Pannekoek, que había combatido el reformismo antes de la guerra e incluso abandonó el partido socialista holandés para crear uno nuevo, Bordiga pertenecía a la izquierda de su partido. Pero no fue tan lejos como Pannekoek. En la época de la Primera Guerra Mundial, el partido italiano tenía ínfulas radicales, y no había posibilidad alguna de que se produjera una escisión. Incluso se oponía a la guerra, si bien de una forma más bien pasiva.
Cuando se fundó el Partido Comunista Italiano en 1921, éste rompió con el ala derecha del viejo partido y también con su sector centrista, lo cual desagradó a la Internacional Comunista. Bordiga era el dirigente del partido. Se negó a participar en las elecciones, no por una cuestión de principios, sino por razones tácticas. En ocasiones se puede recurrir a la actividad parlamentaria, pero nunca cuando la burguesía la utiliza para desviar a la clase obrera de la lucha de clases. Más tarde, Bordiga escribió que no se oponía a utilizar el Parlamento como tribuna cuando tuviera ocasión. Por ejemplo, al principio del período fascista era lógico intentar utilizarlo como tribuna. Pero en 1919, en pleno proceso revolucionario, cuando la insurrección y sus preparativos estaban a la orden del día, la participación en unas elecciones suponía convalidar las mentiras y conceptos erróneos burgueses sobre la posibilidad de un cambio por vía parlamentaria. Este era un asunto importante para Bordiga, a cuyo grupo, adscrito al partido socialista, se le había llamado “la facción abstencionista”. La Internacional Comunista discrepaba de esta línea. Al considerarlo una cuestión de táctica y no de estrategia, Bordiga decidió obedecer a la I. C., ya que creía que la disciplina era necesaria en un movimiento de aquellas características. Pero mantuvo su postura.
La táctica del frente único era otra manzana de la discordia. Bordiga pensaba que el hecho mismo de invitar a los partidos socialistas a la acción común crearía confusión entre las masas, y disimularía la oposición acérrima de estos contrarrevolucionarios al comunismo. Esto contribuiría, asimismo, a que en el seno de algunos partidos comunistas que no habían roto verdaderamente con el reformismo brotaran tendencias oportunistas.
Bordiga se oponía a la consigna de gobierno obrero, que no hacía más que crear confusión en la teoría y en la práctica. En su opinión, la dictadura del proletariado era un elemento necesario del programa revolucionario. Pero, a diferencia de Pannekoek, se negó a explicar estas posiciones como una degeneración del partido y del Estado rusos. Creía que la I. C. estaba equivocada, pero la consideraba comunista, a pesar de todo.
A diferencia de la I. C., Bordiga adoptó una postura clara con respecto al fascismo. No sólo consideraba al fascismo como una forma más de dominación burguesa, como la democracia; sino que creía que no se podía elegir entre ellas. Este asunto ha sido objeto de numerosos debates. Se suele distorsionar la postura de la izquierda italiana. Los historiadores consideraban con frecuencia a Bordiga responsable de la llegada de Mussolini al poder. Incluso se le ha acusado de indiferencia ante los sufrimientos infligidos al pueblo por el fascismo. Bajo la óptica de Bordiga, desde el punto de vista de la revolución no es cierto que el fascismo sea peor que la democracia, ni que la democracia cree mejores condiciones para la lucha de clases proletaria. Aun considerando a la democracia como un mal menor, sería estúpido e inútil apoyarla para evitar el fascismo: la experiencia italiana ( y más tarde, la alemana) demostraba que la democracia no sólo se había visto impotente para frenar al fascismo, sino que había recurrido a él para salvarse. Temerosa del proletariado, la democracia engendraba el fascismo. La única alternativa al fascismo era, por tanto, la dictadura del proletariado.
La izquierda – los trotskistas, por ejemplo – esgrimió posteriormente otro argumento para apoyar la política antifascista. El capital necesita del fascismo: ya no puede ser democrático. Por consiguiente, si luchamos por la democracia, estamos luchando en realidad por el socialismo. Así justificaron muchos izquierdistas su actitud durante la Segunda Guerra Mundial. Pero así como la democracia engendra al fascismo, el fascismo engendra la democracia. La historia ha demostrado que lo que Bordiga sostuvo en el plano teórico se ha materializado en la práctica: el capitalismo sustituye a uno por el otro; la democracia y el fascismo se van sucediendo el uno al otro. Ambas formas se entremezclan desde 1945.
Desde luego, la I. C. no podía tolerar la oposición de Bordiga, y entre 1923 y 1926 perdió el control del Partido Comunista Italiano2. Aunque no estaba completamente de acuerdo con Trotsky, se puso de su lado contra Stalin. En la reunión del Comité Ejecutivo de la I. C. celebrada en 1926, Bordiga arremetió contra los dirigentes rusos: esta fue probablemente la última vez que alguien atacó públicamente a la I. C. desde dentro a tan alto nivel. De cualquier modo, en este punto es importante constatar que Bordiga no calificó a Rusia de estado capitalista ni a la I. C. de organismo degenerado. No rompió realmente con el estalinismo hasta pasados unos años.
Bordiga estuvo en prisión desde 1926 hasta 1930, y durante la década de 1930 se alejó de la acción política del exilio, extremadamente activa. Aquellos años estuvieron dominados por el antifascismo y los frentes populares, que desembocaron en los preparativos para una nueva guerra mundial. La diminuta izquierda italiana en el exilio sostenía que la guerra que se avecinaba sólo podía ser imperialista. La lucha contra el fascismo por la vía del apoyo a la democracia era vista como la preparación material e ideológica para esa nueva guerra.
Una vez comenzada la guerra, quedaba poco espacio para la actividad comunista. Las izquierdas italiana y alemana adoptaron una postura internacionalista, mientras que el trotskismo decidió apoyar a las potencias aliadas contra el Eje. Para entonces, Bordiga aún se negaba a definir a Rusia como estado capitalista, pero nunca accedió – como sí hizo Trotsky – a apoyar a nadie que fuera aliado de la Unión Soviética. Nunca abogó por la defensa del “Estado Obrero”. Hay que tener en cuenta que cuando Rusia, junto con Alemania, invadió Polonia en 1939 y llevó a cabo su partición, Trotsky afirmó que aquello era positivo ¡porque orientaría las relaciones sociales en Polonia hacia el socialismo!
En 1943 Italia cambió de bando y nació la República, lo cual abrió una oportunidad para la acción. La izquierda italiana creó un partido. Estaba convencida de que el fin de la guerra acarrearía luchas de clases de naturaleza similar a las que se habían visto al final de la Primera Guerra Mundial. ¿De verdad pensaba así Bordiga? Al parecer, comprendió que la situación era completamente diferente. La clase obrera estaba ahora totalmente sometida al capital, que había conseguido enrolarla bajo la bandera de la democracia. En cuanto a los perdedores (Alemania y Japón), serían ocupados y controlados por los vencedores. Pero Bordiga no se enfrentó realmente al sector optimista de su grupo, y se atuvo a esta línea hasta su muerte. Tendía a mantenerse apartado de la actividad (y el activismo) de su “partido”, y se mostraba mucho más interesado en la comprensión y explicación de la teoría. De este modo contribuyó a despertar y perpetuar ilusiones que él rechazaba. Su partido perdió la mayor parte de sus militantes en pocos años. A finales de la década de 1940 la militancia era tan exigua como antes de la guerra.
La mayor parte de la obra de Bordiga fue de carácter teórico. Buena parte de ella giró en torno a Rusia. Bordiga demostró que Rusia era capitalista y que su capitalismo no difería en lo sustancial del occidental. La izquierda alemana (o ultra izquierda) se equivocó en este punto. Para Bordiga, lo importante no era la burocracia, sino las leyes económicas esenciales a las que la burocracia tenía que obedecer. Estas leyes eran las mismas que las descritas en El Capital: acumulación de valor, intercambio de mercancías, tasa de ganancia decreciente, etc. Aunque es cierto que la economía rusa no adoleció de superproducción, ello se debía a su retraso. Durante la Guerra Fría, cuando muchos comunistas consejistas presentaron a los regímenes burocráticos como un nuevo y posible modelo futuro de evolución capitalista, Bordiga previó que el dólar americano penetraría en Rusia y acabaría resquebrajando los muros del Kremlin.
La ultra izquierda creía que Rusia había cambiado las leyes básicas explicadas por Marx. Cargaba las tintas sobre el control de la economía por la burocracia, a lo que oponía la consigna de la autogestión obrera. Bordiga afirmó que no era necesario un nuevo programa; la autogestión obrera era un asunto secundario; los obreros sólo podrían gestionar la economía si se abolían las relaciones de mercado. Por supuesto, este debate trascendió los límites de un simple análisis de Rusia.
Esta concepción quedó clara a finales de la década de 1950. Bordiga escribió diversos estudios sobre algunos de los textos fundamentales de Marx. En 1960 dijo que la totalidad de la obra de Marx era una descripción del comunismo. Éste es, sin duda, el comentario más profundo que se haya hecho sobre Marx. Igual que Pannekoek había regresado al análisis del valor hacia 1930, Bordiga volvió a él treinta años después. Pero lo que Bordiga formuló fue una visión global del desarrollo y dinámica del intercambio desde su origen hasta su muerte con el comunismo.
Mientras tanto, Bordiga defendía aún su teoría del movimiento revolucionario, que contenía una interpretación errónea de la dinámica interna del proletariado. Bordiga creía que los obreros se unirían primeramente en el plano económico, y modificarían la naturaleza de los sindicatos, para llegar a continuación al plano político, gracias a la intervención de la vanguardia revolucionaria. Es fácil observar en este punto la influencia de Lenin. El pequeño partido de Bordiga entró en los sindicatos (es decir, los sindicatos controlados por los Partidos Comunistas) en Francia y en Italia, pero sin resultado alguno. Aunque lo desaprobaba en mayor o menor grado, nunca adoptó públicamente una postura contraria a tan desastrosa línea de acción.
Bordiga mantuvo vivo el núcleo de la teoría comunista, pero no consiguió desprenderse de las tesis de Lenin, esto es, de las tesis de la Segunda Internacional. Inevitablemente, su acción y sus ideas tenían que ser contradictorias. Pero no es difícil entender, con la perspectiva del tiempo, todo lo que de válido tenía – y tiene – el conjunto de su obra.
Pannekoek entendió y explicó la resistencia del proletariado frente a la contrarrevolución en el plano más inmediato. Vio a los sindicatos como un monopolio de capital variable, similar a los monopolios ordinarios que concentran capital constante. Describió la revolución como la toma de control de la vida por parte de las masas, en contraposición a la concepción productivista, jerárquica y nacionalista del “socialismo” estalinista y socialdemócrata (de la que participan en gran medida el trotskismo y, ahora, el maoísmo). Pero no entendió la naturaleza del capital, ni la naturaleza de la transformación que traería consigo el comunismo. En su forma extrema, según lo explicó Pannekoek al final de su vida, el comunismo consejista deviene un sistema organizativo en el que los consejos desempeñan la misma función que la que Lenin asigna al “partido”. Pero sería un grave error identificar a Pannekoek con su peor etapa. De cualquier forma, la teoría de la autogestión obrera no se puede aceptar, especialmente ahora que el capital propone, en su búsqueda de nuevas vías de integración de los trabajadores, la participación conjunta en la gestión de la producción.
Es aquí donde radica la importancia de Bordiga: para él, toda la obra de Marx tiene como objetivo describir el comunismo. El comunismo existe potencialmente dentro del proletariado. El proletariado es la negación de esta sociedad. Al final se sublevará contra la producción de mercancías por pura supervivencia, porque la producción de mercancías significa su destrucción, incluso física. La revolución no es una cuestión de conciencia, ni una cuestión de gestión. Esta visión distingue sobremanera a Bordiga de la Segunda Internacional, de Lenin y de la Internacional Comunista oficial. Pero nunca consiguió trazar una línea entre el presente y el pasado. Ahora podemos hacerlo.
Enero de 1973
NOTAS
1 En este contexto, la palabra alemana “unión” no tiene nada que ver con los sindicatos (que son llamados Gewerkschaften en alemán). De hecho, las “uniones” combatieron a los sindicatos.
2 Cuando aún tenía la mayoría, dimitió a favor de Gramsci, contrariando las normas.